Para la mentalidad bizantina, los iconos (pinturas de la divinidad o santos) eran mucho más que una simple pintura, como ocurre en el arte occidental. Pues más una representación, eran la divinidad misma hecha materia, una teofanía (una revelación de lo divino) que se aproxima mucho a lo que significaban las reliquias en el mundo occidental .Esta característica hará que cambie todo, desde su creación hasta su propia contemplación, siendo incluso la causa de una cruenta guerra que duró casi dos siglos.
San Nicolás y escenas de su vida
Así,
los pintores han de ser monjes o personas sumamente cercanas a la divinidad, que se sean lo suficientemente puros para que su mano sea guiada por lo divino, pues ellos sólo serán un simple instrumento a través del cual se manifiesta lo oculto, lo maravilloso.
Virgen Glycofilusa
No nos debe, por tanto, extrañar las
numerosas exigencias que debe cumplir un pintor antes de ponerse a su trabajo. A los lavados rituales (para conseguir una limpieza espiritual) se unirán las oraciones, ayunos y penitencias que aseguren a la persona una preparada para su sometimiento a lo trascendente.
Tú, oh Dueño Divino de cuanto existe Ilumina y dirige el alma, el corazón y el espíritu de tu servidor. Lleva sus manos para que pueda representar digna y perfectamente Tu imagen, la de tu santa Madre y la de todos los santos. Para gloria, alegría y embellecimiento de tu Santa Iglesia
Oración del iconógrafo antes de pintar
Debido a lo anterior,
en la pintura de iconos existe una escasa importancia de lo individual, humano o subjetivo (pues es la divinidad quien realmente pinta, siendo el iconógrafo un simple instrumento de Ella).
San Nicolás
Esto hará que
las fórmulas y técnicas evolucionen poco, pues la personalidad del artista apenas importa. Por ello aún
hoy se siguen pintando iconos casi desde la misma manera que en el siglo VIII, con unos modelos y fórmulas de representación casi inmutables. De la misma forma ocurrió con la pintura temprana
del Greco, pintor de iconos en su Creta natal
Todo esto crea una forma de representación poco naturalista (pues se dibuja a Dios, la idea de Dios, y no la Naturaleza, lo visto por los ojos), siendo las figuras frontales (vistas de frente), con escaso gusto por el detalle realista, reducido claroscuro, hieráticos (sin demasiado expresión que los humanizaría y les quitaría ese carácter sacro), con iconografías repetitivas (que analizaremos en otro artículo), numerosos simbolismos (la Virgen lleva siempre “MP OY”, abreviatura de Madre de Dios, y Cristo lleva “IC XC”, abreviatura de Jesucristo, o también “ON”, que significa "el que es", el Todopoderoso, Omnipotente o Pantocrator, según sea en latín o griego respectivamente…)
Quizás lo más característico de ellos sea
su fondo dorado, hecho con delgadísimas laminillas de oro denominadas pan de oro que se pegan sobre el soporte. Con ellas el paisaje natural se elimina, sustituyéndose por una luminosidad difusa que tanta influencia tendrá sobre toda la pintura gótica que lo utilizará hasta que el Renacimiento redescubra el paisaje.
Virgen del Perpetuo Socorro
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Última Cena y lavatorio de los pies
Técnicamente se trataba de una pintura sobre tabla (ligeramente curvada hacia dentro y cubierta por una tela enyesada) al temple (diluyendo los colores en huevo). Es también habitual la adición de materiales y piedras preciosas para la creación de nimbos, detalles de las vestiduras… que pueden llegar a cubrir totalmente el fondo (riza), dejando a la vista tan sólo la imagen principal.
Uno de los rasgos más llamativos (por lo que tiene de conceptual) es
el empleo de la perspectiva inversa, en donde las figuras delanteras pueden ser más pequeñas que las traseras. Esto se debe a que el icono es un lugar intermedio entre el espectador y la divinidad, invirtiéndose así el punto de fuga, que ya no se encuentra en el fondo del cuadro (pensad en las Meninas) sino en el propio ojo del espectador.
Esta perspectiva hace que los pies no apoyen bien en el suelo. Los llamados pies danzantes
Fue tal la importancia que tomaron los iconos (y no sólo desde su punto de vista estético) que terminaron por
crear una verdadera guerra civil en Bizancio: la Querella Iconoclasta.
Los monasterios, poseedores de los iconos, comenzaron un poder excesivo dado la piedad del pueblo. Su influencia sobre él le permitía manipularlo e ir acumulando cada vez más riquezas que el emperador (basileus) León III el Isaurio, en el siglo VIII, quiso eliminar. Se dicta así una prohibición sobre los iconos, procediéndose a su destrucción. Estos actos crearon una verdadera ira popular que fue utilizada por los distintos pretendientes al trono divididos en iconoclastas (anti-iconos e influidos por el mundo judío y el islámico) e iconodulos (pro-imágenes como el famoso Miguel Damasceo).
Con distintos episodios de lucha separados por treguas parciales, el conflicto no terminó por completo hasta que, a finales del IX, la emperatriz Irene declare lo lícito de los iconos, aunque bajo unas estrictas normas que aún se mantienen.
Estos iconos y todos sus rasgos ya comentados (hieratismo, frontalidad, fondos poco trabajados,…) serán una de las bases (junto a los Beatos mozárabes españoles) de la estética románica, tan teocentrista como la bizantina, aunque un tanto más popular.
Maestro Pedret. Cataluña. Siglo XII
En Torrejón de Ardoz existe una de las mejores colecciones de iconos del mundo, en la llamada
Casa Grande.
Para saber más