Murallas de Ávila
En sus principios la ciudad se oponía a la Naturaleza y, al contrario de lo que hoy sentimos, el símbolo de la felicidad era lo urbano. Lo natural era el peligro, lo desconocido, lo no civilizado, y ante todo ello había que protegerse (además de otras ciudades) por medio de murallas.
Por tanto, ciudad y murallas nacieron de forma conjunta, dando protección a sus afortunados habitantes. Esto creaba fuerte aglomeraciones y, en el peor de los casos, epidemias. Junto a ello se unía el hacinamiento y el ruido (ya constante en la Roma clásica), así como desviaciones sociales como la prostitución o el alcoholismo. Sin embargo, aún con todo, merecía la pena, pues el entorno urbano daba múltiples seguridades, servicios y una mayor red de contactos personales.
Murallas de Barcino (Barcelona medieval)
Durante gran parte de la historia sucedió de esta manera y sólo en los momentos más fuertes del imperio romano o, en circunstancias favorables (como Madrid, en el centro del Imperio de los Austrias), las ciudades carecieron de murallas. Todo el mundo ha visto ya en la realidad, ya en las películas, la típica ciudad medieval y sus altos torreones, imprescindibles en una época tan belicosa como aquella.
En España se conservan numerosísimas murallas, como las romanas de Lugo, las medievales de Ávila o Toledo, las del XVI de Ciudad Rodrigo (las cuatro completas, lo cual es raro, tal y como veremos a continuación).
(Toledo, Puerta musulmana)
El punto esencial para comprender todo el cambio que se produce a partir del XIX es, esencialmente, demográfico.
Hasta el XIX nos encontramos en el llamado régimen demográfico antiguo que tenía un claro perfil dentado. En periodos de paz o buenas cosechas la natalidad superaba levemente a la mortalidad, produciéndose un crecimiento vegetativo lento pero continuo. A estos periodos le seguían de una forma cíclica momentos de catástrofes demográficas. Según algunos autores (Cipolla, Breve Historia económica de la población) esto se debía a techos tecnológicos dentro del desarrollo económico de una sociedad, impidiendo mantener a más población, lo que hacía subir los precios, provocaba guerras o, por excesiva presión sobre el suelo, mermaba las cosechas. Otros (García de Cortázar entre ellos) lo achacan a motivos climatológicos, como la pequeña edad de hielo que afectó a toda Europa desde el XIV hasta el XVIII.
Sea como fuera, la población descendía (especialmente en las ciudades), regulando ecológicamente el problema de la sobrepoblación que sólo lo era en momentos puntuales. Aparecían entonces los arrabales o barrios fuera de la muralla que, de consolidarse, solían amurallarse a posteriori.
Sin embargo, en el siglo XIX, la revolución industrial cambió el ciclo demográfico, haciendo aumentar la población al mantener una alta natalidad y aminorar (por el ferrocarril y las nuevas técnicas agrícolas y más tarde médicas) las malas cosechas y las epidemias. Junto a ello, la aparición de la fábrica y el ferrocarril generó una fuerte demanda sobre el suelo que hizo que muchos ayuntamientos decidieran eliminar sus murallas (inservibles militarmente frente a las nuevas armas) y dejar expandirse a la ciudad como una mancha de aceite sobre el territorio.
Desaparecieron muchas de ellas, quedando sólo fragmentos incrustados en la trama urbana. Sólo en las ciudades sin desarrollo, no se produjo este proceso, aunque lo que hoy consideramos como un bien cultural, era entonces un terrible síntoma de falta de desarrollo.
Torres de Serrano. Valencia
Durante el siglo XX se produjo un nuevo fenómeno que aceleró todo el proceso. Primero con los trenes de cercanías y más tarde gracias al automóvil, se produjo la llamada periurbanización. Los Ángeles fue una de las ciudades pioneras al extenderse por toda la franja marítima por medio de edificaciones de escasa altura y jardín, lo que amplio enormemente el espacio urbano, que invade los núcleos rurales cercanos, integrándolos en la trama urbana, cada vez más multicéntrica y extensa (exópolis, los denomina Soja)
Este fenómeno ingresó en Europa por la zona anglosajona, terminando por ser el modelo habitual del crecimiento de la ciudad que fue ampliando su influencia por medio de zonas residenciales, ciudades dormitorio y, en último término, segundas residencias, calculándose su influencia en un radio que oscila entre 50 y 100 Km a la redonda
Sus causas no sólo fueron demográficas sino también ideológicas. Según el geógrafo Yi Fu Tuam, se operó desde la industrialización un cambio en la concepción de la ciudad. Del lugar simbólico y protegido se fue pasando (por la contaminación, el ruido, el aumento delincuencia, la aglomeración) a una percepción negativa de lo urbano y, como contrapeso, un aumento del prestigio de lo natural… Este movimiento hizo que se buscara la periferia (en lo que se refiere a los barrios residenciales y de segunda residencia) como una forma de atrapar lo natural, ya sea pública (las vistas junto al mar o la montaña) como privadamente (el jardín, pequeña Naturaleza privatizada).
(Sierra de Madrid. Urbanización segunda residencia)
Sin embargo, el propio interés por lo natural actuaba, paradójicamente, contra la Naturaleza, urbanizándola cada vez más al presionar la especulación inmobiliaria sobre los lugares más bellos del entorno (aspecto en el que contribuyó también el turismo). Se tuvo entonces que comenzar a enclaustrar la Naturaleza como única medida de protegerla. En los planes urbanísticos se planificaron zonas verdes (o se protegieron otras en el centro, herencia de jardines reales como el Retiro o la Casa de Campo, ante la presión constructora), mientras que en la periferia se empezaron a implantar figuras legales (parque natural, nacional,…) que consiguieran poner un límite a la expansión urbana que aumentará según mejoren las autopistas o los ferrocarriles.
Ambite (Madrid)
Este proceso se encuentra de plena actualidad en ciudades como Madrid, con constantes enfrentamientos entre administraciones, vecinos y grupos ecologistas en cuestiones como la ampliación de la carretera de los pantanos o la demarcación definitiva del futuro parque nacional del Guadarrama. Los intereses son tan fuertes y contrarios que es difícil llegar al entendimiento. Por un lado se encuentran los inmobiliarios y los de los vecinos de pueblos periféricos que ven en el aumento de construcciones en su término municipal una fuente de ingresos; en contra se encuentran ecologistas o, simplemente, grupos ya asentados en la zona que consideran el entorno como un importante activo de su vivienda.
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