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sábado, 16 de junio de 2012

UNA VISITA A MOJÁCAR


  












Érase una vez… Mojácar.



 


















de cuento pero… es un lugar mágico, donde la luz hace que los colores brillen con más intensidad que en ningún otro sitio, acaso porque  estén llenas de historia.

Desde su símbolo, el Indalo o “muñequito mojaquero” que se pintaba con almagre en las casas para protegerlas y que es la representación de un ¿hombre, dios o del pacto del hombre con el cielo?... Quien sabe lo que quisieron pintar nuestros antepasados del neolítico en la cueva de los Letreros (Veles-Blanco); hasta la forma de vestir de los lugareños (mojaqueña) que recuerda los largos años vívidos como parte del Al Andalus, teniendo a gala ser uno de los últimos bastiones en caer del reino nazarí (rindió armas en 1488 al rey Fernando el Católico)

Por él pasaron fenicios y cartagineses, griegos y romanos, buscando la riqueza de plata de las minas de la Sierra Almagrera. Y los piratas, y algún personaje como Roldán (Mesa de Roldán) que nunca pudo estar allí pero todavía se recuerda. 

De todo este pasado quedan multitud de vestigios (difíciles de encontrar algunos de ellos como el Argar o el pasado fenicio de Villaricos) que se asoman en nombres tan sugerentes como el río Aguas, la playa de los muertos, la torre del Perulico, el Pozo del Esparto, Cuevas de Almanzora…

Mojácar está situado en la cima de una montaña al final de la Sierra Cabrera, en un espectacular paisaje duro y árido, casi sin vegetación, espectralmente silencioso, que nos habla de la dureza de la vida en estas tierras, y que no te deja indiferente o te enamora o la aborreces para siempre: no permite términos medios.

 
Pero vayamos al pueblo. Como ya he dicho corona la cima de una montaña desparramándose en círculos concéntricos hacia su falda. Sus casas se encajan unas en otras haciendo que el nivel de una calle corresponda con los tejados de la calle siguiente. Son casas cúbicas, blancas, con puertas y ventanas de azul profundo, decoradas con arcos y cúpulas y alguna que otra celosía que recuerda su pasado árabe.



La mejor hora para visitar el pueblo es la cercana al atardecer porque su enclave nos permitirá disfrutar de unas esplendidas vistas. Cuando conseguimos dejar el coche en el aparcamiento habilitado (campo de fútbol) nos encontramos con primera cuesta del pueblo que va bordeando la montaña hacia el interior y poco a poco vamos deleitándonos con un impresionante paisaje del interior (gracias a ellas y a las pequeñas paradas la cuesta se hace más llevadera).

Esta ruta nos conduce al mirador (Plaza Nueva) francamente feo (hay algunos destrozos urbanísticos que podemos obviar) pero que nos ofrece otra panorámica fabulosa a la que ahora añadimos la línea de costa (a escasos 7 km) y el mar. Podemos esperar a que el atardecer se complete desde este privilegiado enclave.


Si nos adentramos por las calles (no nos fijemos demasiado en las tiendas de souvenirs, sino en el color, la luz, las buganvillas, los jazmines, los arcos, las ventanas, los rincones..) terminaremos apareciendo en la plaza de la iglesia, para mí uno de los rincones más entrañables de Mojácar. En el centro hay una escultura de mármol de una mojaqueña que todavía, después de tantos años, no sé si es kitch, pero no podría concebir esta plaza sin su presencia y sin la majestuosa buganvilla que cubre la fachada de la farmacia.
 
 Si seguimos con nuestro paseo (podemos antes tomarnos unas tapas y un gazpacho de “lujo” en la terraza de la plaza, El Rincón de Embrujo ) es obligado buscar la calle de los Embajadores, la Casa Mora, la calle de Tico Medina que nos llevará al Castillo (hoy centro cultural)… Lo mejor es perderse y por todas partes encontremos rincones que seguro merecen una parada: estrechas calles que son largas escalinatas, celosías, cúpulas… Buganvillas y jazmines ayudaran a nuestra imaginación a contarnos historias secretas.

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Para volver al coche, recomendamos bajar por el arrabal o judería que nos dará otra visión de un Mojácar menos turístico, más profundo y misterioso. Después de nuestro paseo, podemos acercarnos a Garrucha, pueblo de pescadores en  donde probar los pescados de la zona (Gallo Pedro), los arroces caldosos o el gambón garruchero.

 Hemos dejado sin señalar un lugar emblemático de Mojácar como es la puerta de la ciudad, rincón que no se puede pasar por alto. Debajo de sus arcos se encuentra el viejo colmado y la taberna de Madrid una de las más antiguas de Mojácar y que de alguna forma contribuyeron a la recuperación del lugar.



Durante muchos años el pueblo estuvo prácticamente abandonado y la mayoría de sus casas eran una ruina. Mojácar había contado con más de 6.000 habitantes debido al descubrimiento de minas de plata en la Sierra Almagrera (1812) pero el cierre de las minas y la sequía al comienzo de la II República hicieron que las gentes del lugar se fueran a buscar trabajo a otros lugares y lo abandonaran llegando a no tener más de 200 habitantes en los años 50.


























A partir de mediados de los años 50 el pintor almeriense Jesús de Perceval funda el movimiento indaliano y empieza a darlo a conocer y pronto empiezan a llegar intelectuales, artistas, bohemios, hippies. D. Jacinto, alcalde de Mojácar durante los años 60 empieza a regalar solares a quienes reconstruyan las casas y Mojácar comienza a recuperarse fundamentalmente gracias a alemanes e ingleses que se asientan en la zona y empiezan a devolverle la vida.
Este es mi Mojácar un lugar donde no me importaría perderme, donde he encontrado la luz y el color, la soledad y el silencio, que me da fuerza y alegría.


Cuando voy llegando con el coche siempre escucho la misma canción Mediterráneo de Serrat y ya estoy segura que este lugar es “la ladera de un monte más alto que el horizonte donde darle verde a los pinos y amarillo a la jenista”


 
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Amparo Gómez-Rey

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