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miércoles, 13 de noviembre de 2013

J KOONS. Dos pelotas de baloncesto flotando en equilibrio


Marcel Duchamp pasado por Warhol. El poder de los objetos pasado por el mundo del espectáculo y el consumismo. Las vitrinas de Beuys deshumanizadas (o hiperhumanizadas, que también lo son). Acaso, puro espectáculo.
Koons ha sido uno de los artistas más polémicos y criticados (o alabados) hasta la llegada al circo artísticos de Hirst y sus famosos animales en formol. Atrevido, desconcertante, provocador, apóstol del kichts o puro pornógrafo, manipulador o genio, su obra no ha pasado desapercibida para bien o para mal, como ya vimos en un artículo en el que analizábamos su vocación kischts.
Pero, ¿en qué consiste?
Esta obra que hoy analizamos pertenece a sus primeras etapas y, tal vez por ello, resultará ya clásica si la comparamos con su producción posterior. Como muchas de la misma época se trata de objetos cotidianos (fueron famosas sus aspiradoras) encerrados en recipientes de plástico transparente, al modo de escaparates portátiles en donde se nos ofrece la mercancía sin ningún tipo de elaboración.
En ellos estaba una vuelta de tuerca de Duchamp, de sus ready made como objetos presentados (y no representados, como es habitual en la pintura) que se muestran al espectador sin otra mística de la que éste quiere darle. 
Sobre esta idea actúa el mundo Warhol en varias direcciones. Warhol y su búsqueda de la cotidianeidad (recordad sus famosas sopas o sus envases de detergente Brillo); Warhol y la cultura de la publicidad y el consumo como forma de vida, uniendo alta y baja cultura (sus famosas Marylin); Warhol y su justificación a través del escándalo, de la impostura aceptada.
De este cóctel surgen estas obras de Koons que se nos presentan sin complejos, sin más significados que ellas mismas, envueltas en plástico transparente como objetos para el consumo rápido que nos dé esta felicidad posmoderna del goce instantáneo y efímero.
Sin embargo, y en esta obra en concreto que tanto me gusta, Koons fue un paso más allá (el que no ha repetido demasiado en su obra posterior).
 El presentarlas flotando sobre el agua les da un toque surrealista que contradice todo lo anterior, una sensación de ingravidez (tal y como se titula realmente la obra), de puro accidente que hemos tenido la suerte de contemplar, pues todo parece conjurarse contra la posibilidad de la obra (anticitando a Marx, todo lo sólido se establece como definitivo) y la visión puede desaparecer y hundirse los balones, tocarse entre ellos, derramarse el agua...
Sensaciones de (nunca mejor dicho) posmodernidad líquida de Bauman.




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