Casi setenta años tenía el maestro cuando ideó esta escultura, verdaderamente fascinante, tanto en lo formal como en lo iconográfico.
El tema (que volverá a ser tratado por Caravaggio o Artemisa Gentileschi), se deriva, como ya sucedía en el David de Donatello, en el
Antiguo Testamento.
Dominados los judíos por
los asirios, Judith, una joven viuda israelita se convierte en una
verdadera heroína de su pueblo, al engatusar con su belleza a Holofernes
(jefe de los asirios) que la termina por invitar a cenar. En la comida,
Judit hace beber desmesuradamente a Holofernes para, en los postres,
abalanzarse sobre él y de dos certeros tajos de su espada, cortarle la cabeza.
Consigue así la liberación de su pueblo y se convierte en
una verdadera metáfora de la libertad contra la opresión.
Técnicamente se trata de una obra de bronce fundido hecho en
numerosas placas luego unidas y posteriormente dorada.
De claro carácter ascensional, el espectador recorrerá la
estatua desde la espada y cara de Judith hacia el cuello, ya destrozado por el
primer golpe, de Holofernes que yace desmadejado a sus pies que salen del propio
espacio de la escultura llevándonos la vista hacia el cojín y el elaborado basamento
repleto de bajorelieves de gran clasicismo.
Se crea así una idea de narración verdaderamente moderna que heredarán artistas posteriores.
Se crea así una idea de narración verdaderamente moderna que heredarán artistas posteriores.
Otra novedad de la escultura es su ruptura con la tradición
clásica de la frontalidad estricta (como aún sucede en una obra de juventud
como su David). Heredada del mundo clásico, Donatello se atreve a romper el
punto de vista único y obligar al espectador a girar en torno a la estatua que
se oculta y desvela según nuestro giro
(esta lección será fundamental para autores posteriores, pero especialmente
para Bernini)
El trabajo de los paños de Judith es de una delicadeza
extrema (igual que su rostro impávido y bello, casi como una Venus), que
contrasta con la cabellera y el rostro grotesco y desencajado (de nuevo una
oposición de contrarios que heredará Bernini).
El gesto de poder de Judith, enarbolando la espada en alto,
se reafirma (de una forma más escondida) con otro gesto, al ponerse en pie
sobre los genitales de Holofernes.
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