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sábado, 11 de enero de 2014

LOS GUARDIANES DE LA ALHAMBRA. Una novela histórica


Dentro de la trilogía que la autora, Carolina Molina, le está dedicando a Granada y la Alhambra, este segundo volumen se ocupa de la Alhambra decimonónica y su lento descubrimiento por artistas y viajeros extranjeros.
Argumentalmente, la novela se apoya en cinco personajes que representan perfectamente la sociedad decimonónica granadina: Miguel Cid, pintor falsamente bohemio enredado en un triángulo amoroso; Bejarana, su mujer, típico ejemplo de la burguesía emprendedora pero falta por completo de sensibilidad; Francesca, italiana que hace de su contrapunto; Dolores, hija de la Alhambra que defiende el monumento de vagabundos y toda la fauna perversa que habita los alrededores del palacio; o el profesor de arte que representa la Granada intelectual e interesada por la conservación de sus esencias.

A través de ellos la novela se desarrolla en dos planos, la histórica de la ciudad (con sus revueltas contra Espartero, tragedias naturales como las inundaciones del Darro, la detención y muerte de Mariana Pineda durante la Década Ominosa, Eugenia de Montijo, incendio de la alcaicería...) y la del monumento.
                                                  
Evidentemente, la más interesante me ha parecido ésta última.
A través de Miguel Cid y sus visitas a la Alhambra vamos conociendo la compleja historia del mismo, abandonado por los poderes y habitados por mendigos, gitanos, majos y matones que, milagrosamente, conservaron el monumento gracias a los desvelos de los llamados guardianes de la Alhambra (cargo oficioso atribuido a algunas mujeres por los distintos gobernantes).

A él irán llegando extranjeros (habitualmente franceses e ingleses) que se sienten atraídos por su clima de misterio y exotismo. Es el famoso orientalismo del que ya hablamos aquí, una de las vertientes más fecunda del romanticismo, que busca una Edad Media aventurera y un tanto erótica por completo diferente a lo modeno. Irving, Chateaubriand, Duman, David Robert, Merimeé, Richard Ford, conocerán (incluso viviendo dentro de sus propios muros) sus encantos y comenzaron a darlos a conocer al mundo.
Este redescubrimiento de la Alhambra visto desde el punto de vista romántico se opone a la modernización emprendida por las autoridades de la ciudad y tiene, además, una consecuencia nefasta: los inicios de su restauración por parte de Contreras, el más insigne representante del alhambrismo que (siguiendo las líneas de pensamiento iniciadas por Viollet le Duc en Francia) pretende devolver al monumento su aspecto supuestamente original, aunque eso signifique el pastiche, recreando ambientes a través de la reposición de piezas (indistinguibles del original).
Se abre entonces la polémica entre reconstrucción y conservación típicamente decimonónico que solo se superará a mediados del XX (en el caso de la Alhambra será Torres Balbás) y del que aún quedan algunas piezas verdaderamente ejemplares para pensar sobre ello, como los famosos baños, recreados casi por completo en su decoración por Contreras.






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