Tras una azarosa historia de construcciones, paradas, destrucciones y nuevos proyectos, la construcción final pertenece a los planos de Vignon (1806) y se la considera (junto al Panteón o el Museo del Prado), uno de los mejores ejemplos de arquitectura neoclásica.
Encargado directamente por Napoleón (como otros monumentos neoclásicos como el Arco de la Estrella o el de Carrusel) existe en su proyecto todo un programa político que condiciona el artístico.
En ella el Emperador se refleja como la fase final de la Revolución Francesa, y por ello se elige el estilo neoclásico. Una reacción ante el rococó tan vinculado a los finales del Antiguo Régimen.
Frente a su exceso decorativo, su unión de artes, sus formas blandas y curvilíneas, relacionadas habitualmente con lo femenino; el Neoclasicismo vuelve sus ojos a Grecia (pero también a Roma) buscando un arte viril, sobrio, potente pero a la vez mesurado y medido.
Como ya veíamos en otra ocasión se trata de crear un estilo intelectualizado y frío, que deje de lado lo individual y subjetivo del mundo de las emociones (como hacía David en el Juramento de los Horacios) para remarcar la primacía de lo intelectual, objetivo y colectivo pero también la grandeza del nuevo imperio basado (al menos en la teoría) en las ideas ilustradas.
Como modelo se suele hablar de la Maison Carré de tiempos romanos, aunque esto tiene objeciones, dado que el templo es un modelo períptero puro (una columnata exenta rodea por todos los lados la edificación) frente al modo pseudoperíptero de la Maison (columnas adosadas en sus laterales y parte trasera, como todos los templos romanos).
En esto es mucho más griego que romano.
Parte trasera de la Madelaine. (Períptero)
Su elemento definidor (hacia el exterior) es la magnífica columnata de orden compuesto de un riquísimo claroscuro generado por la labor de trépano (en esto se muestra mucho más romano).
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En cuanto a la escalinata frontal, sumamente poderosa, es más romana que griega (que la reducía a tres escalones).
Todo estas maneras neoclasicistas desaparecen casi por arte de magia cuando entramos en su interior, de un barroco clasicista que ondula paredes y utiliza de forma decorativa columnas y otros elementos arquitectónicos, y sólo las sucesivas bóvedas con casetones nos pueden recordar a un modelo romano, el Panteón de Agripa.
Lo que resulta realmente romano es su adecuación al entorno. Su arquitecto aprovecha el plan Haussmann para conectar visualmente a través de un ancho bulevar este templo con la fachada (también neoclásica) de la Asamblea en la plaza de la Concordia, creando un espacio urbano simétrico y monumental que cierra los ejes visuales del espectador que lo transite.
Visión de la Asamblea desde la Madelaine
Felicidades por el post.
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