De todas las maravillosas pinturas de Delacroix, yo siempre he tenido una especial inclinación por este cuadro.
Me parece el más romántico de todas sus obras, el más magnífico grupo de colores en un colorista tan excepcional como Delacroix. Toda una orgía de muerte, sexo y líneas sinuosas y diagonales..
El tema recoge una antigua leyenda basada posiblemente en hechos reales (Sardanápalo sería una mitologización de Assubanipal o, más posiblemente, el hermano de éste que, tras haber intentado derrocarlo, es castigado a morir. Antes de hacerlo, el sátrapa ordena a su guardia acabar con sus mejores caballos y todo su harem para que no caiga en manos enemigas). El tema que ya había utilizado Byron para un poema que bien podría ser el origen directo del cuadro.
Resulta verdaderamente asombroso el impresionante contraste entre la violencia de los sicarios que matan mujeres y caballos con la quietud pensativa de Sardanápalo, que casi como un filósofo estoico mira recostado el espectáculo. Su mirada sin piedad vuelve aún más violenta y terrible toda la escena, la de la belleza sangrientamente eliminada.
Este contraste (tan típicamente barroco) hay que relacionarlo con la visión orientalista del romanticismo, que concibe ese supuesto Oriente como un lugar de extremos en donde convive la más alta civilización con el despotismo y violencias sin cuento (como ya vimos en Fortuny y su muerte de los Abencerrajes). Un lugar de extremos tan lejano de la Europa que lentamente comienza a civilizarse y que esconde las pulsiones más terribles del ser humano, execrables a la par que fascinantes (un amor-odio hacia la violencia y la belleza que tanto utilizará el mundo romántico, como ya vimos en la Balsa de la Medusa, y que se mantendrá presente en el mundo simbolista y más tarde el surrealista)
Unido a esto, la pintura tiene un alto contenido sexual (casi sádico) que se encuentra habitualmente presente en el mundo romántico. Las odaliscas se repiten una y otra vez (como pudimos ver en Fortuny o Ingres) como el deseo oculto masculino de la posesión sexual que esta vez llega hasta la misma muerte
El cuadro es, además, todo un canto a la belleza que desaparece. Caballos, odaliscas, delicadas alfombras, ricas vajillas, joyas... Todo lo bello perece, la historia arrastra y destruye sus creaciones con un impulso que late en el fondo del pensamiento moderno (léase Nietzche)
Técnicamente el cuadro es un verdadero prodigio.
Su gran composición barroca crea una gran diagonal (arriba izquierda-derecha abajo) que se contrapone con otra menor (caballo y esclavo negro) creando una aspa tan habitual en las obras de Caravaggio o Rubens.
Sobre esta estructura, la curva toma un protagonismo excepcional, dinamizando toda la escena con un constante fluir de formas que no deja descansar a la mirada del espectador, tal y como ya hemos visto a Rubens.
De este mismo pintor, y en el fondo, de la pintura veneciana, la obra es toda una sinfonía de color. Sobre una base de tostados el cuadro se puntea de grandes zonas rojas (que refuerzan aún más la diagonal citada), que aún adquieren más relieve al contraponerlas con pequeñas zonas frías (azules, verdes) que nunca toman la iniciativa pero estallan junto a los cálidos, creando un constante palpitar cromático que veremos aparecer constantemente en las obras de uno de sus grandes admiradores, Van Gogh.
La pintura, como veis, sería inacabable, aunque no me resisto a mencionar las magníficas anatomías (tanto femeninas, siempre curvas, a veces desmayadas como el magnífico torno muerto que yace a los pies de Sardanápalo; como masculinas, como el esclavo negro en plena tensión muscular) que insisten en la violencia en plena efervescencia y sus efectos devastadores.
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