Era el cuadro favorito del pintor (lo llamaba su lienzo) y evidentemente se trata de una obra magnífica realizada para los Capuchinos de Sevilla en torno a 1669.
La obra vuelve a hablar (como ya veíamos en la serie realizada al principio de su carrera para los franciscanos de Sevilla) de la caridad encarnada en uno de sus principales representantes: Santo Tomás de Villanueva.
El tema era perfecto para la orden pero también para el autor, que siempre tuvo una predilección por las clases populares y, según su biografía, les dedicaba una parte importancia de sus ganancias repartidas a través de limosnas y aportaciones a instituciones. (Curiosamente, en sus cuadros, y al contrario de lo que hablábamos sobre Ribera y su Patizambo, en Murillo nunca se encuentra ese cierto olor a humillación que toda caridad implica, sino más bien una actitud solidaria hacia los que menos tienen en la injusta sociedad estamental de la época)
Estéticamente, el cuadro es toda una lección de perspectiva, composición y juego de luces.
La primera conseguida a través de múltiples bambalinas (humanas en el primer término y arquitectónicas en el fondo) que, siguiendo el modelo de luz-sombra iniciado por Leonardo, consiguen un largo paseo por el cuadro a través de una diagonal que se compondría, como un ajedrez, por zonas claras y oscuras.
La composición juega con estas luces y sombras a la vez que reparte grupos en balanza (que además se relacionan técnica y temáticamente, como los pordioseros del rincón izquierdo con los que hacen pendant a la derecha, puestos en pie más cercanos para equilibrar el eje de simetría del santo-niño que pide limosna y el otro grupo, más pequeño pero también más lejano del eje)
Realaciona íntimamente con todo esto, la arquitectura (quizás la mejor que pintara Murillo) monumentaliza toda la escena,dándole una gravedad puramente romana.
En cuanto a la luz, Murillo escribe toda una lección magistral utilizando todo tipo de registros, desde la iluminación cruda y directa del principal pordiosero, el aura de luz difusa que envuelve los fondos o el magnífico contraluz del grupo de la derecha que da un nuevo giro a las novedades italianas por Herrera el Joven plasmadas en el Triunfo de San Hermenegildo
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