Pocos museos en el mundo tienen un equilibrio tan magnífico entre colecciones y edificio, entre obras expuestas y vistas conseguidas desde sus ventanas, como nuevos lienzos por los que entra la realidad a raudales.
Su historia es larga y azarosa hasta que se consiguiera abrir en junio de 1966 (cumplen ahora su cincuenta aniversario)
Las distintas casas que lo conforman se han denominado habitualmente como casas Colgadas, un modelo de edificación que, según grabados antiguos, debió desarrollarse con profusión en todas las paredes verticales de la hoz del Huécar.
Anteriores al siglo XV por los documentos encontrados (y por tanto, pertenecientes al periodo gótico), fueron propiedad de la oligarquía local (tanto concejil como más tarde de canónigos de la catedral). (Para saber más de la historia de las casas) y más tarde utilizadas como Casas Consistoriales hasta la creación el Ayuntamiento en la Plaza Mayor (siglo XVIII)
En estado de semiruina, en el siglo XX se le volvieron a colocar unas atrevidas balconadas (como las que debió tener en su origen) y, décadas después, comenzaron a ser restauradas por el Ayuntamiento sin un fin previsto.
Fue en ese momento en donde las necesidades se cruzaron.
Zóbel, ya por entonces gran coleccionista de arte moderno, buscaba sin éxito un lugar para dar brillo a su colección, y una cena con Rueda y Torner (que disponía de contactos con el Ayuntamiento de Cuenca) termina por unir un inmueble sin uso y una colección sin museo.
El lugar rápidamente fue aceptado por lo sugerente de sus interiores y vistas, iniciándose una nueva reforma (verdaderamente inspirada y moderna para los años que hablamos) en la que participaron Torner, Rueda y Zóbel.
Su verdadera genialidad fue el respeto, manteniendo la estructura intrincada de pasillos y escaleras o las salas irregulares, creando un espacio verdaderamente mágico en donde la hoz entraba por la ventana a la vez que las grandes vigas de madera se adueñaban de los espacios, con una especial atención a las texturas y colores (en muchos casos bastante orientales, tal como quiso Zóbel)
Particularmente a mi me apasiona la sala blanca que podría haber firmado perfectamente Moneo.
Sobre este espacio la colección decidió ser radicalmente moderna, evitando los antecedentes anteriores para sumergir al espectador en la plena abstracción, ya lírica (Zóbelo Farreras), ya matérica (Tapies, Millares, Feito, Rivera, Lucio Muñoz), ya gestual (Saura), ya geométrica (Rueda o Guerrero), ya escultórica (Chillida, Oteiza) creando una colección desde entonces indiscutible en el arte contemporáneo español
El museo fue, además, el origen de muchas otras cosas.
Por una parte, sirvió como lugar de encuentro y experiencias de toda una generación abstracta, muchos de cuyos componentes llegaron a tener taller en Cuenca (Torner, Zóbel, Millares, Saura, Sempere o Guerero, siendo un impulso artístico a una ciudad hasta entonces adormecida que se iría culminando en la apertura de nuevos museos contemporáneos (Fundación Antonio Pérez, Fundación Saura, Espacio Zóbel).
Íntimamente unido a lo anterior, fue el inicio de la restauración de un semiabandonado y decadente Casco Histórico que convertirá a la ciudad en Patrimonio de la Humanidad.
En 1980, Zóbel donó el Museo a la Fundación Juan March, a la que desde entonces pertenece
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