Junto al de la Cancillería o el de San Dámaso en el Vaticano, es el gran palacio renacentista de la ciudad.
Fue iniciado por Sangallo (entonces también arquitecto del Vaticano) para el cardenal Farnese en 1515.
A él le pertenecen la planta baja y los motivos de la segunda planta.
En palabras de Ackerman "Sangallo trata la fachada como un plano neutro y bidimensional sobre el que coloca a modo de relieve escultórico los recercados de piedra de puertas y ventanas"
Estas propias ventanas forman, además, el propio módulo de la arquitectura al prescindir de otro tipo de indicación arquitectónica (como tradicionalmente eran las pilastras, como ya se vio en el Palacio Rucellai de Alberti), creando una arquitectura modular que se puede repetir incesantemente y en todas las direcciones, igual que la arquitectura moderna.
Se crea así un edificio con fuertes acentos horizontales (las largas filas de ventanas, los arquitrabes que separan pisos) sin que haya elementos que fomenten la vertical (como podrían ser las citadas pilastras), dando un sentido de calma y majestuosidad querido (tan sólo en las esquinas, con la cadena de sillares angulares, puede cambiarse esta percepción)
Miguel Ángel tomó la obra a la muerte de Sangallo con el palacio edificado por encima de las ventanas de la segunda planta, no pudiendo (por motivos económicos) cambiar el plan de la obra.
Sus cambios tuvieron que ser, por tanto, de matiz.
Se amplió el tamaño de esta segunda planta, añadiendo sus habituales frontones alternados y adinteló el vano central para situar encima suyo un gran escudo.
Sin embargo, su gran aportación será la cornisa final, que agigantó de forma no prevista en el proyecto inicial.
Esta estructura añadió dramatismo al edificio por medio de su pesantez (que hizo sensible las enormes cargas del edificio) y el profundo claroscuro que generaba (creando una arquitectura escultórica, atenta a las luces y las sombras), que bien pudo estar inspirado en el Palacio Rucellai de Alberti
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