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martes, 14 de marzo de 2017

INGRES. EL BAÑO TURCO


 



























Ya octogenario, Ingres realizó este famoso lienzo que podríamos considerar todo un testamento pictórico, al menos del Ingres del desnudo.
Y esto no es una forma de hablar, pues el propio pintor reutilizó varios de sus anteriores desnudos (tanto odaliscas como bañistas) en el cuadro, como si quisiera hacer un resumen total del desnudo femenino.

























De esta manera, la figura central deviene de la Gran bañista, la mujer de la izquierda que baila deriva de la Fuente, mientras que una de las bañistas de la derecha retoma la postura y "retorcimiento" de la Gran Odalisca.
Y es que Ingres plantea, en realidad, el ideal femenino, la mujer una y otra vez plasmada en distintas ocasiones (ya hablamos aquí de la misoginia del pintor y su tratamiento de la mujer que bien se podría relacionar con el carácter voyeur del cuadro que fue cambiado de formato tras ser pintado, pasando del habitual rectangular a otro circular, como los tondos de Rafael, en el que muchos críticos han querido ver el formato de una cerradura que convertiría al espectador en un mirón)


























Interpretaciones aparte, sabemos que el cuadro se encuentra directamente inspirado en una narración que Lady Mary Wortley Montagu había realizado de un baño turco en una de sus cartas
“Había unas doscientas mujeres; los primeros sofás se hallaban cubiertos de cojines y ricas alfombras, y las mujeres se divertían. Las esclavas las peinaban; todas estaba como vinieron al mundo, desnudas, pero no había ni un gesto indecente ni una postura lasciva: ¡caminaban y se movían con gracia majestuosa! Su piel era blanca y brillante, sus hermosos cabellos estaban recogidos en trenzas, adornadas con perlas y rubíes, que caían sobre sus espaldas. Mujeres bellas en diferentes posturas, unas charlando, otra trabajando, otras tomando cafés o sorbetes, otras reposando negligentemente sobre sus cojines. Llegaron muchachas de dieciséis a dieciocho años para trenzarles el cabello de forma preciosa, durante cuatro o cinco horas, y les contaron noticias y escándalos de la ciudad (…) Un hombre no tendría que morirse sin haber visitado uno de estos baños de mujeres”.

Y es que Ingres, al contrario de Delacroix, jamás había visitado el mundo islámico, pero retrató el harem musulmán igual que él, a partir de descripciones como estas que convertían un puro hamman en un objeto sexual (harem) que nos explica perfectamente esta pasión orientalista, que utilizaba esta civilización como escenario perfecto para montar sobre ella las fantasías puramente occidentales.



En realidad, se reviste lo sexual, tabú en la sociedad decimonónica,  en tema oriental de la misma manera que Tiziano convertía a las cortesanas en Venus, y sólo algunas personalidades como Goya - maja desnuda -, Courbet o Manet romperán definitivamente, creando grandes escándalos.




















































Técnicamente, el cuadro abunda en las principales características del pintor, especialmente en el papel que tuvo el dibujo en su obra. 






























Una línea que, como ya analizamos aquí o aquí, deforma la realidad en su proceso artístico y, como apunta Pomerède:"los grandes desnudos de Ingres son obras musicales" en donde lo más artificial (el dibujo) reconstruye la naturaleza hasta convertirla en ritmo.
En este proceso, su guía siempre será su amado Rafael, al que acudirá una y otra vez en busca de dirección (curiosamente un Rafael más manierista que clásico que juega con mayor discrecionalidad con el dibujo y utiliza colores mucho más intensos y rutilantes).

La Fornarina. Rafael

La composición es sumamente compleja.
En principio podemos entender el cuadro como dos grandes grupos.
Uno de ellos, el más lejano, formado por un gran friso (como los de la época clásica) de formato rectangular que atraviesa toda la tela de izquierda a derecha hasta unirse con el segundo, en primer plano, formado por una serie de mujeres colocadas en una doble diagonal hacia el espectador (la mujer de estricto perfil sería el punto en donde se cruzarían ambas líneas).




























De la misma manera que el primer grupo se unía al segundo, éste último nos vuelve a llevar al fondo por medio de un curioso detalle: el jarrón azulado del fondo que advertimos al repasar la figura central (mujer de espaldas, con laúd).
Se crea así un círculo visual que una y otra vez nos hace recorrer todo el espacio (y que se refuerza con el formato de tondo, que sería, según este análisis, un recurso mucho más técnico que temático que nos obliga a circular por el cuadro sin tener esquinas donde "chocar".
                                Picasso. Las Señoritas de Avignon

Y como siempre que hablamos de Ingres, terminemos con Picasso, pues una claro vínculo une ambas obras (el Baño y las Señoritas de Avignon): ya sea  el aspecto erótico (también tan misógino en Picasso) del baño que se convierte en un burdel, como ciertas citas tomadas directamente (como la posición de los brazos por detrás de la cabeza)


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