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jueves, 30 de marzo de 2017

MANET Y LO ESPAÑOL


Es conocido el amor que tuvo Manet hacia España, especialmente hacia Velázquez y Goya que utilizó, en su desconocida modernidad, para romper con el mundo académico y poner las bases para el impresionismo y el postimpresionismo.
Pero, junto a esta influencia existe otro Manet españolizado que recoge el gusto romántico por una España anclada en el tiempo, llena de bandoleros, bailarinas y toreros, heredado de Doré o los románticos ingleses y americanos (W. Irving, Ford...)
Esta obra que hoy analizamos participa de las dos españolidades, añadiéndola un nuevo toque que la hace casi posmoderna.

La escena representa todo un verdadero catálogo de tipos populares, desde bailadoras, la famosa Lola de Valencia, tocadores de guitarra, rufianes que también poblaron los cuadros de la vertiente más costumbrista de lo español (Valeriano Bécquer, Bilbao...)

Sin embargo, y pese a lo que pueda parecer, aquí ya no existe el phatos romántico, y a poco que nos fijemos un instante, veremos que todo es falso. Las posturas, los ademanes, la supuesta fiesta, los personajes que parecen verdaderas marionetas... Es incluso falsa la propia captación, pues no se trata, siquiera, de una escena tomada de la realidad, sino de un posado de los artistas del teatro real de Madrid (que ya interpretaban un tópico, no la realidad de las verdaderas tabernas).

Esta profunda ironía que critica lo que parece estar exaltando, es de una modernidad casi impensable en pleno siglo XIX y casi nos remite a la posmodernidad.

En el aspecto plástico, Manet juego con mimbres casi incompatibles: la deuda de Velázquez y Goya que aparece en su pincelada suelta o la postura de alguna de las figuras junto al desprecio de las normas clásicas sobre tonalidad a través de los profundos contrastes entre el blanco y el negro moteado de colores brillantes, o la deformación de la caja perspectiva que hace de las figuras verdaderos danzantes al modo románico al inclinárseles el suelo


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