Parece difícil quedarse con una sola madrasa de las decenas que pudimos ver en Uzbekistán, pero yo elijo ésta de Bujara, que me fascinó desde el primer momento, incluso por delante de las que constituyen el Registán de Samarcanda.
Acaso fue su primer encuentro, bajo la noche helada de diciembre, cuando la descubrí iluminada en una plaza en ¡donde sólo estábamos nosotros!
Esta madrasa fue la única que mantuvo sus funciones educativas (ser escuela coránica de niños hasta los 16 años) durante el periodo soviético y aún perdura hoy su quehacer, sorprendente en un Uzbekistán tan brutalmente desacralizado.
Plano de la Madrasa de Ulug Bek en Samarcanda en la que se inspira esta madrasa de Bujara
Por ello es imposible visitar a fondo su interior, que sólo puede verse tras una verja de entrada, aunque su plan repite otras ya conocidas, como las de Ulug Bek de Bujara y Samarcada, con patio con cuatro iwanes (recogido del modelo canónico de mezquita de la dinastía).
Dos aspectos del zaguán de entrada
Mir-i-Arab, que significa “Príncipe de los árabes”, y fue mecenada en el siglo XVI por Abdullah Yamani, que viajó de su Yemen natal para establecerse en una de las ciudades más santas del Islam, Bujara, convirtiéndose en consejero espiritual del Khan Ubaydullah.
Ocupa uno de los lados de la plaza, enfrentándose a la gran mezquita, una de las características más típicas del arte timurida, la creación de arquitecturas en espejo (cejas le llaman), que culminarán en el Registán de Samarcanda.
En la parte derecha se observa la parte trasera del iwan de la mezquita que haría de espejo a su fachada
Su estructura está generada en torno a un gran iwan (pishtaq), con lados simétricos en dos pisos recorridos por iwanes más pequeños.
Sobre ellos, y de nuevo simétricas, dos cúpulas bulbosas de un purísimo color celeste terminan por crear una composición poderosa pero llena de armonía.
La decoración es simplemente sublime y cambia constantemente según las horas del día, siendo especialmente bella al atardecer, en donde sus azulejos y ladrillos vidriados se incendian y tornasolan sus colores, convirtiendo en oro lo que antes era azu y verde
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