Palmira (ciudad de los árboles de dátil) aparece a los ojos del viajero tras un largo viaje desde Damasco en el que la estepa se convierte en desierto pedregoso (hamada) para llegar al oasis de palmeras (muy reducido en la actualidad).
En el fondo el viajero (cómodamente en su autocar) recorre el camino milenario de la Ruta de la Seda, de la que Palmira fue uno de sus hitos más fascinantes.
Desierto de Palmira
Su conquista por parte de Roma ocurre en el siglo I, de la mano de Marco Antonio, aunque será en tiempos de Adriano cuando su prestigio y construcciones llegaron a su cima para caer, tras la independencia de la fascinante reina Zenobia, en tiempos de Aureliano.
Su patrimonio artístico es difícil de condensar en un solo post, sobre todo tras las múltiples destrucciones de ISIS (Todas las fotos son anteriores a ellas, apenas dos años antes de que comenzara la guerra de Siria)
Tetrapilón
Cerca de él se encuentra la gran ágora (o foro) con peristilo. Sería el lugar de encuentro comercial de la Ruta de la Seda en donde deberíamos imaginar gentes de razas e idiomas distintos, caravanas de camellos, decenas de lujosos productos
Ágora con abrevadero para los camellos
En esta gran vía columnaza encontramos también una de las características típicas de este arte romano oriental: la finura de la labra, sus efectos de claroscuro, el movimiento y su composición barroquizante que multiplica los detalles y le da un fuerte carácter decorativo y exquisito (cercano al espíritu oriental, mucho más tendente a lo decorativo y exuberante que el occidental, más sobrio y narrativo).
A menudo se ha llamado a esta decoración palmirense, aunque como vemos en el templo de Baalbek (Líbano) es común a todas las provincias orientales del Imperio.
Templo de Nebo
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