Como ya vimos aquí, el interés de Ludovico era crear una afirmación de la nueva corte de Mantua dentro del panorama italiano.
Para ello había recurrido a las circunstancias históricas que le justificaban como condottiero y al ascenso de la familia en las jerarquías eclesiásticas.
Había utilizado, también, el asombroso de una realidad paralela a lo real, como ya analizamos aquí.
Por último, había que buscar una justificación ideológica de estos nuevos poderes seculares, y para ello nada tan perfecto el retorno a la Antigüedad clásica.
Los nuevos hombres del Quattrocento se sienten herederos de la antigua civilización como una manera de desvincularse del poder religioso medieval y permitir un nuevo antropocentrismo que ya analizamos aquí.
Esta vuelta alla antica se establece a través de un parangón con el Gran Imperio Romano, siendo el príncipe un hijo espiritual de él.
El parangón se establece en varios niveles.
En la zona alta se nos muestran medallones fingidos con los retratos de los principales emperadores (sus "padres").
Bajo ellos se simulan nuevos relieves, pintados en grisalla sobre fondo que simula mosaico, en donde aparecen héroes mitológicos que hacen alusión a las dos grandes virtudes del príncipe: valor (Orfeo), inteligencia (Arión) o ambas a la vez (Trabajos de Hércules).
En la escena del encuentro suponemos que Mantegna hace una visión idealizada y sincopada de las glorias romanas.
Dentro de esta cultura humanística, en los arcos de medio punto se nos muestran diversas empresas de Ludovico
O las múltiples guirnaldas aluden a la riqueza y prosperidad propiciada por el propio príncipe
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