Junto a los cines y las galerías del Louvre, fueron estos cuadros los que lanzaron a la fama a un jovencísimo Barceló.
Abandonaba con ella la pintura de la Movida y sus colores de carnaval para centrar su obra en un juego (ya para siempre practicado) entre fondo y forma, entre continente/contenido, entre lo pintado y lo que (el espectador cree) narrado.
Los colores tienden a una paleta oscura en donde poder trabajar el modelado. Unos colores que recuerdan a los de Tintoretto y el mundo barroco.
Como ellos se trabaja la perspectiva (descentrándola, sometiéndola a fuertes distorsiones, como realizaba el veneciano) y la luz densa.
Junto a ellos aparece lo fluido que se desborda en las partes bajas, como si lo líquido fuera la esencia de su pintura (de su estética, de su imaginario en donde todo lo sólido se desvanece, se licúa y cambia de forma sin fin. Pura posmodernidad)
El trabajo sobre la superficie se conecta, sin embargo, con el mundo de los grandes expresionistas abstractos, fuertemente texturizado, añadiendo elementos extraartísticos, como las propias colillas (reales) que en un rasgo de humor (tan típico de él y todo la primera posmodernidad) siguen humeando
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