El tema recoge el relato evangélico en donde las tres Marías, San Juan, Nicodemo o José de Arimatea asisten (y colaboran) en el descendimiento de Cristo ya muerto de la cruz.
En los dos paneles laterales (pues se trata de un tríptico) se muestran dos escenas de la infancia de Cristo (Visitación y Cristo en el Templo)
Se trata de una obra al óleo sobre tabla.
Composición.
La tabla central se organiza en una gran diagonal (como Caravaggio) creada por el cuerpo de Cristo que en se encuentra realzada por la luz y el color. A sus lados se colocan el resto de las figuras en dos diagonales que la flanquean.
El fuerte descentramiento de esta diagonal principal es compensado por el fuerte color rojo de la túnica de San Juan y la escalera que visualmente sirve de muleta para "sustentar" la diagonal.
Las laterales (como una forma de dotar al conjunto de mayor serenidad) prefieren la composición vertical, especialmente generada por arquitecturas y figuras.
Predomina el color sobre la línea (pincelada suelta), aunque mucho menos vaporosa de lo que realizará en su obra más madura.
Sobre un fondo negro y neutro (tostados) destacan fundamentalmente dos grandes zonas cromáticas: el rojo de San Juan y el blanco de Cristo y la sábana que existe detrás de él. Como vimos anteriormente tienen funciones compositivas: crear la gran diagonal en el blanco y estabilizar la figura de Cristo con el rojo.
Este mismo rojo se repite (en gran mancha) en los dos paneles centrales, unificando el conjunto a través de esta repetición que golpea en el ojo del espectador como ya hacía Caravaggio (de la misma manera, y como un eco más sutil, se realiza la repetición de azules)
La luz es expresiva y se proyecta sobre el Cristo con fuerza, resaltando sobre el color blanco, mientras que el resto de la escena queda en una suave penumbra en la que se resaltan algunos rostros, como si la luz rebotara en el cuerpo de Cristo y se expandiera en todas las direcciones.
El espacio se estructura en dos grandes planos.
Para la escena principal, Rubens hace uso de una sucesión de planos (los primeros casi en el mismo espacio del espectador, como el cesto de frutas de la derecha, tal y como había aprendido de Caravagio) que se van alejando suavemente según ascendemos.
En un segundo lugar nos abre el paisaje en la zona izquierda, recordando obras de Tiziano.
Las figuras son realistas (aunque algunas, como Cristo, sumamente hercúleas, recordando el Laocoonte), dinámicas y con un especial tratamiento de las expresiones que pasan de la rabia a la pena intensa o el puro bloqueo emocional, intentando transmitir al espectador los sentimientos de esta muerte.
COMENTARIO
Composición en diagonal, predominio de los cálidos, luz fuerte y dirigida o fuerte expresividad son típicas del mundo barroco, en este caso uno de su exponentes más internacionales, Rubens.
La obra la realiza tras su retorno de Italia (aquí vimos algunas obras del periodo anterior), cuando regresa a su ciudad casi de nacimiento (Amberes) como protegido por los archiduques que le han convertido en su pintor de corte.
La misión de Rubens en esta ciudad (en la que el propio Rubens creará su palacio a la italiana) es redecorar las iglesias en clave contrarreformista tras las pérdidas sucedidas en la guerra contra los protestantes.
Para ello usa todos los modelos italianos (desde la iluminación de Tintoretto o Caravagio, las poderosas anatomías miguelangelescas, el control compositivo de los Carracci , el color de Tiziano o las formas narrativas de Rafael) para componer imágenes de fuerte patetismo que lleguen al espectador a través de los sentimientos, una catequesis a través de la imagen, como quiere Trento (en realidad un arma más dentro de la gran confrontación entre Reforma y Catolicismo que vive Europa desde tiempos de Carlos V), tal u como se puede ver en su primera gran obra del periodo, la Adoración de los Reyes Magos que celebra la Tregua de los Doce Años.
Para ello Rubens contará con un amplísimo grupo de colaboradores en su taller que (como ya hiciera Rafael) le permita una producción amplísima que no le limite su vida privada ni sus cada vez más frecuentes viajes como embajador de lujo de las grandes cortes europeas.
Tanto esos viajes en los que pintará para los principales monarcas de la época (desde los Austrias españoles a María de Medici) como la progresiva independencia de los pintores de su taller (como Jordaens o Van Dyck) extenderán su estilo por toda Europa haciendo que el barroco se deslice a fórmulas cada vez más movidas y coloristas, con gran importancia de la luz.
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