Frente a los constructores medievales, los renacentistas no fundamentaron su labor exclusivamente en la práctica a pie de obra, sino que intentaron planificar, crear planos y maquetas, y sobre todo, desarrollar sus ideas sobre el papel.
Evidentemente esto se encuentra vinculado con el desarrollo de la matemática y de la propia extracción social de los arquitectos, hombres doctos, cultivados, que más que construir un simple edificio intenta plasmar toda su visión del mundo a través del dibujo.
El artista en este contexto social no debe ser un simple artesano, sino un intelectual preparado en todas las disciplinas y en todos los terrenos (Alberti)
Quizás el caso más excesivo de esto será la figura de Alberti, que apenas si construyó directamente algo, encargándole a sus colaboradores (como Rosellino) la realización material de la obra que él ya había proyectado en plano
Vignola
Esta doble función (racionalización de la obra arquitectónica y ascenso social de la figura del arquitecto) se encuentra en el origen de los tratados teóricos que se propiciaron en el Renacimiento.
En ellos se compendiaban las noticias sobre la arquitectura clásica junto a los estudios arqueológicos que habían realizado estos arquitectos.
Se creaba así un corpus de modelos y posibilidades que era fundamental para la ansiada recuperación de los antiguos, sirviendo a muchos otros, gracias a la cultura libresca que es inherente al humanismo renacentista.
El modelo a seguir era, por supuesto, los famosos diez libros de Vitrubio.
Este arquitecto e ingeniero dedicó los últimos años de su vida a redactar un compendio de la arquitectura imperial que fue ofrecido al emperador Augusto
Vitrubio
Salvado casi milagrosamente durante toda la Edad Media, sus ejemplares (manuscritos) comenzaron a circular en las primeras décadas del Quattrocento.
En ellos se plasmaban tanto soluciones arquitectónicas e ingenieriles como ideas básicas sobre la función y desarrollo de la arquitectura (como la famosa triada vitrubiana: firmitas, utilitas, venustas –es decir, sólidos, útiles, hermosos).
El primer tratado renacentista será De Re aedificatoria que Alberti ofrecerá a Nicolás V, que será básico durante siglos, tanto por su recopilación de fuentes escritas y arqueológicas como por su intención de crear toda una nueva forma arquitectónica que no se limitaba a copiar la antigüedad, sino a crear toda una nueva arquitectura con elementos pero también con un espíritu clásico. (Aparece en él el concepto de "concinnitas", la justa medida, aquella relación de proporciones que es el verdadero secreto de la belleza, que es la expresión visual de las relaciones matemáticas que el hombre, en su interior, conoce casi de manera instintiva, según las ideas neoplatónicas).
En la misma línea (aunque con menor influencia posterior) se encontrarán los realizados por Filarete o Giorgio de Morandi
Alberti. De Re Aedificatoria
A partir de entonces los tratados se fueron multiplicado, y según avanzamos hacia el Cinquecento, van cambiando lentamente para abandonar el catálogo de elementos e ir introduciendo el desarrollo de obras propias.
Se convierten así en una extensión de la obra construida (apareciendo también la simplemente diseñada que, por diversos motivos, no puede llevarse a la práctica).
Palladio
Este es el sentido de los tratados de Serlio, Vignola o Palladio se convierten en poderosas armas de expansión de la arquitectura manierista.
En España la tratadística arquitectónica tendrá dos grandes obras. La primera será la Medidas de lo Romano de Diego Sagredo, verdadera introductora de las formas renacentista en la Península, escrita como un diálogo (el autor se forma en el ambiente erasmista de la Universidad de Cisneros)
Posteriormente, mucho más personal, Herrera escribirá el Discurso de la Figura cúbica.
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