Jaume Plensa es un escultor de largo aliento que juega con múltiples barajas, y junto a sus esculturas transparentes que ya analizamos aquí, desarrolla otra tendencia basada en el volumen (curiosamente rectificado) y el peso.
Son sus magníficas cabezas que se apoyan directamente sobre el suelo.
Obras que gran tamaño que invitan al espectador a alejarse de ellas (para darles un tamaño más humano) y sobre todo a girarlas.
Cuando eso ocurre el espectador se enfrenta con lo no previsible, pues las esculturas se inflan y se vacían de manera asombrosa, negando las dimensiones (el perfil se vuelve plano en la visión frontal y vuelve a aparecer con volumen correcto en una visión lateral)
En realidad se tratan de modernos trampantojos que convierten al espectador en un ser activo que ha de ¿completar? la obra o, tal vez, darse cuenta de lo azaroso y complejo es nuestra percepción (algo que podría ser extensible a la ideología y visión del mundo que tenemos, derivada directamente de ella: ¿realmente son ciertas todas nuestras opiniones?, ¿no es el mundo algo demasiado complejo para reducirlo a recetas y slóganes simplistas? Revisemos nuestras verdades, nos parecen decir y sed cautos de lo fácil que son de manipular)
Por otra parte, estas esculturas siempre nos suelen presentar figuras con los ojos cerrados y la expresión plácida. Imágenes que miran hacia dentro de sí mismas encontrando una paz suave y aterciopelada.
¿Una invitación a salir del ruido del mundo y pasearnos por dentro, de conocernos un poco más y así encontrarnos verdaderamente?
Toda una lección de verdadera política
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