Pintado en el reverso de un retrato (acaso un díptico o un tríptico), se puede considerar como una de las primeras naturalezas muertas de la historia de la pintura, aunque como ocurre siempre en los primitivos flamencos, la realidad tan sólo es una máscara tras la que se ocultan numerosos significados simbólicos.
Entre ellos encontramos el monograma de Cristo y la Virgen en el florero, los lirios (virginidad de María), los iris María como reina de los cielos y su papel de Mater Dolorosa durante la Pasión, y las aquileas (Espíritu Santo).
Estéticamente se trata de toda una lección de los grados de realismo conseguidos por esta escuela, con un detallismo que deriva de las miniaturas, y el uso de la luz para conseguir volumen y texturas de una delicadeza extrema en los objetos, con una gran riqueza cromática subrayada por el colorido de la alfombra de motivos entrelazados (una nueva iconografía, esta vez profana, sobre la riqueza del comitente a través de sus posesiones, como ya analizamos aquí)
El retrato deriva directamente de modelos de Van der Weyden.
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