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jueves, 19 de marzo de 2020

FRIEDRICH. VIAJERO SOBRE UN MAR DE NUBES


Como ya vimos en un artículo anterior, este famoso cuadro, participa de las principales características del RuckenFigur en donde un personaje de espaldas contempla el paisaje, convirtiéndose así en un alter ego del espectador, un verdadero desdoblamiento de este.

Tiene, además, el gusto por el paisaje como fuente de nacionalismo pero también de sentimiento sublime.

Pero este cuadro es más que todo esto, es toda una categoría de hombre que empieza a surgir en el renacimiento y llegará a su plena expresión a finales del siglo en el superhombre de Nietzsche


¡Mirad, yo os enseño el superhombre!
El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!
Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche


Este nuevo hombre surge de un abandono consciente del monoteísmo de origen judío (aunque la religiosidad no desaparece, encarnándose en lo sublime de la Naturaleza)) y lo que el propio filósofo llamaría moral de esclavos frente a la de lo señores, aquellos que, como el viajero, inician una ascensión sobre sus propios prejuicios, miedos y ataduras para llegar a constituirse en una nueva persona que tiene el mundo a sus pies.
Ha conseguido traspasar el mar de nubes para convertirse en un héroe de si mismo, alguien autónomo. Es la representación plástica de la voluntad de poder que sólo se consigue a lo largo de una profunda metamorfosis (encarnada por el viaje, la propia ascensión como símbolo) en la que se superan las normas tradicionales, la piedad cristiana, las nociones de autoridad habitualmente aceptadas para conseguir a la plena voluntad, el dominio de sí.
Todo un cambio de dolor y renuncias que culminan en este nuevo hombre que se mira de tú a tú con la Naturaleza (y todo lo que tiene de sagrado).

Tal vez en este mismo sentido podríamos interpretar su Vista de la Campiña, acaso como un punto intermedio en este viaje.
Nos sitúa dentro de un interior del que sólo somos conscientes por la ventana abierta. Tal vez seamos nosotros mismo, nuestro interior encerrado que se abre al paisaje.
En él, en su primer plano, hay pequeñas figuras (de nuevo el viaje como símbolo), un pequeño caserío y, tras ellos...
Tras ellos hay un profundo corte que solo somos capaces de imaginar. Una sima, un peligro, esa metamorfosis, tras la cual se abre un paisaje inacabable (¿acaso el que tendrá que subir el viajero para encontrarse con el mar de nubes?)
En el cuadro ya está planteado todo: mi yo interior, el camino sencillo y amable de los demás, el profundo enigma y la recompensa panteista de las montañas del fondo.


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