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lunes, 25 de noviembre de 2024

La decoración de los palacios romanos. Beard_ Mary

 Plinio —un erudito y autor de una obra enciclopédica al que hoy se conoce como Plinio el Viejo para distinguirlo de su sobrino— afirma que la famosa escultura de Laocoonte, el sacerdote troyano estrangulado por serpientes, había estado antiguamente en el palacio del emperador Tito. 

Señala también que Tiberio sentía devoción por una pintura del artista griego Parrasio del siglo IV a. e. c. que conservaba en su cubiculum; en ella se representaba a un autocastrado sacerdote de la Gran Madre (como los que vivían junto a su casa en el Palatino). No podemos saber cómo era ni cómo la había adquirido, pues, como la mayoría de las pinturas, hace tiempo que se perdió. Estaba valorada en seis millones de sestercios en dinero romano, una cantidad que superaba de lejos la riqueza total de muchos senadores. La pasión, o la avaricia, que sentía Tiberio por las grandes obras de arte acabó volviéndose en su contra. Tenía tal debilidad por una antigua estatua griega (fechada en el siglo IV a. e. c.) que se erguía delante de un conjunto de baños públicos en Roma que la hizo trasladar a su residencia particular y puso otra en el emplazamiento original. Sin embargo, tras una protesta masiva en el teatro, donde el público empezó a gritar «Devuélvenos la escultura», se vio obligado a restituirla. A pequeña escala, este episodio equivale al «Problema de la Casa Dorada»: ¿hasta qué punto podía, o debería, el emperador reclamar como propiedad privada el arte público de la ciudad? Quizás para defenderse de este tipo de acusaciones, otros emperadores llevaban algunas joyas del palacio, así como el oro y la plata, a templos públicos y convertían el traslado en un espectáculo. La historia cuenta que Alejandro Severo se había deshecho de tantas piezas valiosas de vajilla que, para una cena numerosa, tuvo que pedirlas prestadas a sus amigos. 

(...)

Pintadas en el techo de palacio, había constelaciones que reproducían los astros bajo los que había nacido Septimio Severo. Por su parte, Alejandro Severo tenía unos aviarios reales que albergaban —según una estimación excesiva y poco fiable— 20.000 palomas, además de patos, gallinas, perdices y otras especies de aves. Comparado con esto, la mascota de Augusto resulta mucho más modesta: tenía una cabra que daba una leche dulce y deliciosa y que supuestamente iba con su dueño a todas partes. Debemos recordar también la colección de baratijas, recuerdos, trofeos y maravillas procedentes de todo el imperio que terminaban en el palacio y lo convertían en el equivalente de un monumental «gabinete de curiosidades». Parte de todo eso era botín de guerra. Tras la destrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén por parte de las fuerzas romanas durante el reinado del futuro emperador Tito en el año 70 e. c., su padre, Vespasiano, hizo depositar todos los tesoros en su nuevo templo de la «Pax» (el término «Pacificación» transmite mejor el sentido que la habitual traducción de «Paz»). Tan solo se excluyeron «la Ley», los rollos de la Torá (probablemente) y los cortinajes de púrpura del Templo de Jerusalén, que se colocaron en el palacio. Sin duda, también terminaron allí algunas de las obras maestras del arte griego que habían llegado a Roma siglos antes como botín de conquista. Otras «curiosidades», en cambio, eran prodigios de la naturaleza, tanto reales como falsificados. Los propios emperadores coleccionaron activamente estas maravillas, mientras que sus súbditos donaban un buen número de ejemplares raros, sin duda con la esperanza de una generosa recompensa.


Emperador de Roma (Beard_ Mary)

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