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miércoles, 28 de enero de 2015

LOS DOS QUATTROCENTOS DE LA PINTURA



Solamente hay que observar estas dos imágenes para entender el título del post.
Y es el Quattrocento no es un estilo monolítico. Hay muchas maneras de Quattrocento, y hoy estudiaremos las dos grandes líneas que siguen las artes plásticas.
Para entendernos las denominaremos vanguardia (la representada por Masaccio, Ucello, Castagno o Piero della Francesca, Mantegna o Signorelli) y retardataria (Fra Angelico, Lippi, Botticelli, Ghirlandaio, Perugino o Pinturicchio), sin que las denominaciones tengan ningún valor apreciativo. Su origen hay que buscarlo (como ya advirtieron sus propios contemporáneos, como el famoso Vasari) en el Trecento, en la oposición de la escuela florentina (Cimabue-Giotto) con la sienesa (Duccio-Simone Martini).

En la primera de ellas, el interés de los pintores es la experimentación de nuevas formas de representación que permitan la apropiación (puramente antropocentrista) de la realidad. De esta manera sus investigaciones se orientarán hacia la conquista del espacio (perspectiva, escorzos), volumen (claroscuro) u organización (composición).
Estudio de la perspectiva en la Trinidad de Masaccio

Más racionalistas e interesados por la Antigüedad, buscan crear un arte cuya función es la de ser admirado, comprendido, razonado, en donde el espectador tiene que participar de una forma lógica (buscando las líneas de fuga, observando la luz y su incidencia), y analizar más que sentir.






























Frente a ellos, la tendencia retardataria (y sin olvidar del todo las novedades formales), pone el acento en la expresión de los sentimientos, vinculándose así con la ideología tardogótica. Es lo que Antal llamó las tentaciones góticas del renacimiento.






























Estos autores buscaban un arte para ser adorado no admirado (Hans Belting) buscando imágenes que reconforten (o que impacten) al espectador que se enfrenta a ellas no con la razón sino como los sentimientos (por ello más permeables a las influencias de los primitivos flamencos).
Buscan, además, una pintura mucho más narrativa y, por tanto, más adecuada al discurso religioso.


























Una de las características de esta tendencia es la búsqueda de la grazia, un escurridizo concepto que solemos relacionar con una belleza exquisita que entronca con el mundo del gótico internacional (lo decorativo, ligero y dulce). Según Bayer una poesía fugitiva, sentido de lo efímero, sueño idílico de la vida, percepciones ambiguas, disimetría de las líneas.
Entre ambas concepciones se moverá el Quattrocento, teniendo más o menos importancia según el momento, especialmente en pintura, pues en la escultura encontramos, menos en los casos citados, autores que se mueven indiferentemente entre una y otra opción como Ghiberti, Donatello (comparad el San Jorge y la Magdalena) o Verrocchio (comparad la Duda de Santo Tomás y amorcillo con Delfín).

Durante gran parte de la primera mitad del siglo XV predominará la tendencia vanguardista (Masaccio, Ucello, Castagno; della Quercia en escultura). 
























Hausser lo atribuye a una cuestión social. Los grandes comitentes de obra de arte son hombres de negocios (o de guerra, los famosos condotieros) que han llegado al poder a finales del XIV y utilizan el nuevo culto a la Antigüedad y el antropocentrismo como una forma de autoafirmación (progresista) frente a los valores medievales.

Se crea así un arte elitista escasamente entendido y valorado por el pueblo que se refugia en autores más cercanos al gusto tradicional gótico (Fra Angelico, Lippi, el taller della Robbia en escultura).






















Taller della Robbia

En la segunda mitad del siglo la situación se invierte, y será la corriente más refractaria la que sea apoyada por los mecenas. De nuevo Hausser la atribuye a un cambio social, la de los herederos de los anteriores que ya se han convertido en una burguesía acomodada y cambian su pensamiento hacia maneras más conservadoras.



























Su apoyo hace que esta corriente vaya eliminando resabios goticistas y se vuelque hacia la búsqueda de la grazia, creando obras de múltiples lecturas, que tanto valían para el pueblo llano (que buscaba lo anecdótico y dulce) como para el público más cultivado (que buscaba narraciones ocultas o se regocijaba en las exquisiteces formales. Así funcionarán autores como Botticelli, Ghirlandaio, Perugino o Pinturicchio, Rossellino o Mino da Fiésole en escultura)
Frente a ellos, los vanguardistas quedarán en minoría y trabajarán fundamentalmente fuera de Florencia (Piero della Francesca en Mantua, Mantegna en Padua, Signorelli en Orvieto).






























Este división sólo se superará en el tránsito hacia el Cinquecento con figuras como Leonardo (y más tarde Rafael, Andrea del Sarto, fra Bartolomeo) en donde se unirán las actitudes investigadoras con la grazia y el sentido de mensaje religioso.

(Curiosamente, en ese mismo momento se volverá a abrir una nueva polémica entre la pintura centroitaliana con Miguel Ángel a su cabeza y la pintura veneciana encarnada por Giorgione y Tiziano)



























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