Siempre consideramos a Villanueva como el gran arquitecto del Neoclasicismo hispano, lo cual es cierto, sólo hace fata revisar algunas de sus obras que ya hemos visto aquí: Museo del Prado, Jardín Botánico, Proyecto del salón del Prado, Iglesia del Caballero de Gracia...
Sin embargo hemos perdido al gran autor, de una generación posterior, que significaría un paso más en la simplificación formal y la unidad del proyecto, Silvestre Pérez.
Esta diversa suerte se debe, principalmente, a sus mecenas, pues Villanueva trabajó para Carlos III mientras Silvestre Pérez lo hizo para José Bonaparte, en plena Guerra de Independencia y con una escasez terrible de fondos para sus grandes proyectos, exiliándose tras la Guerra.
Por ello, gran parte de sus obras quedaron en simples proyectos, como éste que vemos hoy: el viaducto de la calle Segovia.
En principio (y como ya se llevaba siglos hablando desde tiempos de Felipe II) se trataba de salvar el barranco del Arenal (un antiguo arroyo que ya vimos aquí) y unir los dos Madriles (el oficial del Palacio Real y el popular de la zona de las Vistillas).
Se trataba, además, de crear un segundo Paseo del Prado que pusiera en valor la gran cornisa de Madrid (un lugar magnífico y siempre demasiado desaprovechado) que creara un salón de paseo pero también de vistas (para ello todos los elementos se encontraban abiertos al panorama magnífico de la casa de Campo), y uniera los dos poderes, el real (Palacio) y las Cortes (entonces instaladas en la Iglesia de San Francisco el Grande), utilizando la arquitectura para dar forma real al Estatuto de Bayona
San Francisco el Grande
Como puede observarse en esta magnífica maqueta que conserva el Museo de Madrid, la transición entre ambos espacios se realizaba por medio de varias plazas cuadradadas y rectangulares rematadas por exedras (posiblemente inspiradas en las obras de Bonavía para Aranjuez) que se centraban por medio de obeliscos (en un claro recuerdo a Bernini, pero también a la obra de Piranesi para la orden de Malta en Roma) y arcos de triunfo.
En realidad se trata de una compleja combinación de espacios y ornamentos que ya aparecía en el mundo rococó que Silvestre libra de todo tipo de adherencia decorativa (renuncia a la columna adosada e incluso el capitel para provocar una sucesión de pilastras y arcos, con entablamento liso) para dar importancia capital a la geometría y el vacío (un doble vacío, el que es contenido por las arquitecturas y el que producen las constantes vistas hacia los lados).
Todo se genera en torno a un gran eje longitudinal en donde el viaducto se convierte (en la planta alta) en una logia de arcos que, en la parte inferior se convierte en un clásico puente (con ciertas referencias al de Segovia de Herrera pero también al Pont du Gard romano).
Actual viaducto
Esta idea del eje vertebrador de los espacios de poder y, a la vez, Salón urbano para la nueva burguesía, se inspira directamente en proyectos franceses, especialmente al eje de las Tullerías que unían el Palacio del Louvre con la las Tullerías y la Asamblea a través de hitos (arco del Carrusel, obelisco de la plaza de la Concordia y, finalmente, cerrando todo el eje, el gran Arco del Trinfo).
De menor calado, un proyecto semejante (y también patrocinado por José Bonaparte) sería el gran hemiciclo de Nápoles.
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