Esta obra siempre me ha resultado una de las maestras del arquitecto.
Varias razones se unen para ello.
Por una parte, se trata de una de sus escasas obras que ha respetado gran parte de los planos iniciales del autor.
Por otra, gran parte de la obra fue terminada (también una excepción entre los palacios de Palladio).
Es también destacable la relación que se estableció entre arquitecta y mecenas (Girolano Chiericatti), como más tarde veremos.
La situación de la obra era excepcional para Palladio, sin edificios colindantes y en una gran plaza, con una posición dominante sobre el entorno, muy cerca del río.
Probablemente este carácter cuasi portuario fuera el origen de la inspiración del arquitecto, que quiso recordar las palabras de Vitrubio que hablaba de los edificios de amplios pórticos sobre la costa (como luego la arqueología confirmó, como se pueden ver en algunas pinturas pompeyanas).
Junto a ello el gran pórtico era una perfecta forma de reafirmar el status del comitente que, como aseguró ante el propio Consejo de la ciudad, realizaba el edificio como ornato de la ciudad, pues el pórtico, tanto practicable desde el frente como desde los laterales era un espacio privado y a la vez público, con fuerte proyección hacia el exterior.
Para su creación utilizó su tradicional esquema tripartito, con dos alas y una zona central, adelantada. Para remarcar el ritmo utiliza la agrupación de las columnas, dobles en los extremos y cuátriples en el cuerpo central.
Se crea así un verdadero bosque columnario verdaderamente apabullante, una estructura soberbia y absoluta que se alzaba sobre la plaza para evitar inundaciones y subrayarse, sin un movimiento explícito pero constantemente en cambio que pocas veces se había visto en la historia, ni siquiera en el mundo clásico.
Esta sensación es aún mayor en su visión lateral, entrando por los arcos que cierran el pórtico y dejar que la mirada (pero también el cuerpo) se diluya en un espacio medido y solemne, de un poderío estremecedor.
Sobre todas estas cuestiones aparece un elemento de maravilloso manierismo, cerrando la parte central.
La idea fue propuesta por el propio comitente que necesitaba una gran sala de fiesta en la parte inferior que literalmente no cabía en un palacio bastante estrecho.
Palladio, ante este pie forzado, llegó a la sublimidad, alterando cualquier lógica posible con ese cuerpo saliente que se coloca sobre el vacío inferior, rompiendo la logia superior con su interrupción y creando un elemento disruptor que, a través de la luz y las profundas sombras, fragmentaba la percepción de los espacios al darle aún más importancia por medio de las columnas prominentes del muro y la decoración miguelangelesca de los frontones.
El interior no se encuentra a la altura de la fachada aunque el espacio de recibimiento, con sus dos exedras laterales que recuerdan a futuras obras de Pietro da Cortona, resulta magnífico.
La angostura del espacio crea pequeñas habitaciones y deja el patio tan solo insinuado el patio (¿habría construido uno entero?; las fuentes no nos lo revelan)
¡Estupendo reportaje!
ResponderEliminarlas fotos estan maravillosas
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