Pietro Longhi, aunque su verdadero apellido fuera Falcón, fue un pintor rococó veneciano, verdadera antítesis de su coetáneo Tiépolo.
Frente a los mundos fragantes y traspasados por la luz y la imaginación, Longhi cultivó el pequeño formato, huyendo de las mitologías y los temas religiosos para centrarse en los cuadros de costumbres.
En ellos pasaba revista a la alta burguesía veneciana en sus pequeños entretenimientos y costumbres.
Posiblemente el origen habría que rastrearlo en las escenas galantes de Watteau que el veneciano reinterpretó en clave costumbrista y, suavemente, irónica.
Evidentemente muy lejos queda la sátira de Hogart, y se acerca mucho más a un coetáneo y amigo: el dramaturgo Goldoni.
Cómo él, más que una crítica acerada, es la pura presentación de esta burguesía que vive en un mundo de apariencias (es habitual la aparición de enmascarados sin ninguna función narrativa, más bien como un puro indice)
Encerrados en habitaciones de altos techos, ya casi vacías, con escasísimos objetos que hablan sin palabras del antiguo esplendor, esta aristocracia ya vive de prestado en la historia, en un tiempo que ya pasó, y posa para el autor, como malos actores de sus propias vidas.
Miembro de la academia de Venecia, tuvo un gran éxito a mediados del XVIII, aunque poco a poco su pintura irá envejecimiento al no conseguir hacerla evolucionar.
A nuestros ojos actuales su pintura es toda una reflexión, amable pero cierta, del antiguo régimen y sus pequeños mil detalles y anécdotas de este canto del cisne veneciano
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