Evidentemente teníamos 15 años y todo lo trastocábamos
Por eso decíamos que los dos primeros discos de Mecano eran una cosa de pijos cuando realmente hablaba de nosotros, hijos de la clase que se había hecho un lugar en la vida a base de duro trabajo durante el último franquismo y se empeñaban en darnos educación, pues estaban todavía totalmente convencidos que el esfuerzo y los estudios nos darían una oportunidad en el futuro, como todavía era cierto hasta que el neoliberalismo también acabó con esta certeza.
Eso éramos nosotros una generación que todavía creía en los estudios y sin otros problemas económicos que unos pantalones de una marca superior y, en el último caso, una cadena de música o una moto
Nuestros grandes problemas se convertían existencialismo de bajo calado, como esa chica a la que no sabíamos como acercarnos en la fiesta en la que nos colamos o, ellas, en el maquillaje adecuado.
Evidentemente esto no lo podíamos aceptar pues teníamos la edad de ser rebeldes, pero lo que realidad nos preocupaba y nos hacía perdernos en nuestra habitación era el tedio inmenso que se producía en los intermedios acelerados de amores de quince días o días eternos con la pandilla de amigos hablando de todo y nada sin la caridad de un internet que aún no existía.
Afuera, a nueve paradas del metro, Malasaña ardía en su movida sin fin que tanto nos fascinaba pero que, en realidad, nunca llegamos comprender del todo, pues éramos demasiado jóvenes y acomodados para sentir esos ascos y pulsiones, y aunque alardeaba nos de haber visto en directo a Kaká de luxe, apenas si nos habíamos emborrachado un par de veces para no podernos levantar.
Y es que aún todo era demasiado blando a nuestro alrededor (nosotros también) y aunque sabíamos de las drogas por los yonkis que veíamos a nuestro alrededor, eso era de otros y casi podíamos imaginar que los barcos a Venus podían utilizarse como historias de amor.
Nosotros lo que queríamos es marchar de casa sin planteárnoslo nunca más allá del enfado que sucedía semana tras semana tras la negociación sobre la hora en la que había de volver por la tarde noche.
Éramos así, y apenas si sabíamos qué eran realmente los gays y todos sus problemas pero queríamos vestir de rosa y gris, que no nos enseñarán la lección pese a que estudiábamos como bestias y apenas si sabíamos nada del mundo.
Pues todo se resumía en una cifra mágica: quince años, y era toda una tragedia que aquel teléfono maldito no consiguiera comunicar contigo, pues sólo acaso eso era lo único maravilloso frente a un mundo inaguantable.
Qué simple éramos, que ingenuos. Nos las dábamos de feministas cuando todavía sólo habíamos sacado medio pie de la caverna.
Un poco locos, como son todos los adolescentes, personas a medio construir que, sin saberlo, estábamos muy orgullosos de nuestra ciudad años antes de inventar lo identitario, profundamente incomprendidos por un mundo que nos daba de casi todo, incluido una reciente libertad que dejaba a Franco como un simple recuerdo infantil.
Está todo esto y una música que se parecía a shit-pop que nosotros simplemente llamábamos tecno y que nos fascinaba por entonces. Ropas glamurosas, peinados de vértigo y laca como para acabar con toda la capa de ozono, baterías con un alma nueva llena de resonancia, sintetizadores esotéricos que los llenaban todo con un muro de sonido o voces profundamente impostadas.
Toda una revolución frente a la estética rock en la que habíamos vivido inmersos en nuestra primerísima juventud, demasiado femenina como para poder aceptarla en público.
¡Cómo decir que te llenaba el pecho de espuma aquella carátula totalmente rosa con unas flores japonesas!
Sólo muchos años después comenzaríamos a comprenderla (y saber qué era eso de la cultura oriental), aunque para entonces ya no éramos jóvenes y todo esto que cuento nos llevaba a la pura prehistoria, la que fuimos, sin duda alguna, la que nos marcó tanto que aún hoy deberíamos repensar todo esto con mayor atención, sobre todo cuando criticamos a los jóvenes por sus poses, atuendos o músicas que, en el fondo no son otra cosa que un desesperado intento de proyectar hacia fuera todos los miedos y las esperanzas.
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