... no había belleza ni paraíso; tan solo ambición.
Bajo el embrujo inhiesto de sus peones hinchados sólo había un inmenso complejo de diva que contradecían sus caderas gruesas.
Pues ella tenía los ojos muy azules y pintados que parecían imanes cargados de misterio, pero todo el hechizo se diluía en el aire frío de la noche al pronunciar la primera palabra, ya con faltas de ortografía.
Yo era demasiado joven, lo reconozco, y solo podía fijarme en aquellas tetas que manejaron mi vida durante semanas enteras, encandilado y estúpido como solo podemos ser los hombres ante tales fenómenos, convertidos en felpudos que encima se pavonean de serlo.
Maldita adolescencia.
C.
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