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lunes, 21 de agosto de 2023

Aquellas praderas azules. En el marjal, tu pelo rojo y Milley Cyrus

DALE AL PLAY Y LEE UNA LEYENDA ACTUAL


¿No ves que somos nosotros los dueños de la noche?
Can't you see it's we who own the night?

¿No puedes ver lo que somos de esa vida?
Can't you see it we who 'bout that life?

Y no podemos parar (whoa)
And we can't stop (whoa)

Y no pararemos (whoa)
And we won't stop (whoa)

Dirigimos cosas, las cosas no funcionan nosotros
We run things, things don't run we

No le quites nada a nadie, sí, sí
Don't take nothing from nobody, yeah, yeah

Es nuestra fiesta, podemos hacer lo que queramos
It's our party, we can do what we want

 Aquella misma tarde nos habíamos conocido en la cola del Mercadona, y una sola mirada nos sirvió para saber que ya no íbamos a separarnos en muchas horas.

Ella, viendo mi carro, se ofreció a llevarme a casa y, frente a toda posibilidad, cuando volví a bajar ella seguía esperándome.
Luego fuimos a la suya para dejar su compra y a mi me dejó en el coche con las llaves puestas y el motor encendido para que funcionara el aire acondicionado.
-Si me esperas te llevo a cenar a un lugar precioso - me dijo -. Un pequeño restaurante encaramado sobre las propias rocas.
Ocurrió así, creo, pues todo resultó tan espectacular, de medido y perfecto, que cada vez más me parece la película de un deseo, la de su larga melena, rizada y pelirroja, y sus ojos rabiosamente azules,
de un azul oscuro e intenso, como el de aquellas aguas profundas sobre las que cenamos tan poco, pues tan sólo nos mirábamos, nos reíamos sin motivo mientras

En algún momento ella me invitó a ir estrellas, y muy pronto me encontré en un cielo profundo como el de su adolescencia en donde se desplegaba un gran mapa de neuronas interconectadas por otras menores que nunca se veían en Madrid.
- ¿Dónde estamos?
- En el marjal.
Un lugar oscuro y puro de naranjos, arrozales y largas acequias llenas de ruidos amortiguados.
Sin luna, sólo iluminados por tu blanca desnudez, sonrosada entre los naranjos.
Y las bragas perdidas y el sujetador enganchado para sorpresa de ciclistas mañaneros en las ramas de un olivo
(también el calzoncillo arrastrado por el agua de la acequia, para avanzar en la paridad),
revolcándonos sobre los terrones rojizos.

Fue un sexo largo lleno de tus sabias paradas que me hicieron morir y resucitar sin pausa en medio del aroma dulzón de las higueras y el croar insomne de las ranas,
mientras tú gemías y eras una fuerza más de la naturaleza, como el aire pesado que nos vestía o el rumor lejanísimo del mar cercano que se metía sin permiso en una de las primeras listas de Instagram que había capaz de hacer: toda rotunda, carnal y poderosa: Milley Cyrus

Pues todo era agua rodeándonos y tú misma un estanque oscuro y cálido en donde rendirse al fin del mundo anunciado en los riñones, sin poder evitarlo, incapaz de aguantar más los suplicios de tu cuerpo hecho cañas movidas por el último viento de la noche y,
amaneciendo,
nos vimos bañándonos en el agua helada de una acequia.

Era una luz aún muy pálida, triste y gris como la de todos los amaneceres, y con medio cuerpo en el agua nos limpiábamos de toda la tierra rojiza de los naranjos que llenaba tus pechos y marchaba hacia la espalda.
Te giraste entonces y un milagro pequeño pero evidente me rompió los tiempos y me regresó a la juventud:

Su piel blanca cruzada por un largo tatuaje de mariposas entrelazadas se posó en mi recuerdo para coincidir completamente con él como una plantilla: en un piso de estudiantes en la puerta de Toledo, con otra pelirroja valenciana, tras un polvo triste, cuando ella se quedó dormida y yo quedé insomne ante el primer tatuaje que veía, sobre su piel blanco rosada, extremadamente blanca pero con un volcán rojizo bajo ella.

Igual que tú, la desconocida que me dejó luego en la casa y nunca conseguí volver a ver, pues como si fueras una leyenda de Bécquer, cuando pasé por delante de tu casa estaba hace años deshabitada y, por mucho que lo intenté nunca más logré encontrar a una pelirroja en la cola del Mercadona y me tuve que conformar con tu sujetador reencontrado entre las ramas de un olivo que, como el cuadro de Magritte, mantenían aún la impronta y el color rojizo de tus grandes pezones.



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