VIRGEN BLANCA CATEDRAL DE TOLEDO

En el centro del coro hay una de las piezas más exquisitas de toda la catedral.

Se trata de una Virgen blanca que habitualmente se ha supuesto francesa de principios del XIV (Georg Weise), aunque recientes estudios la adelantan a finales del XIII, pues en 1288 Gonzalo Pérez Gudiel pidió ser enterrado a sus pies, en el coro.

Se trata de una iconografía derivada de las glycofilusas bizantinas en donde se reafirma la relación (maternal), entre la Virgen y su Hijo, algo que se reafirma con la sonrisa de Ella y la actitud amorosa del Niño, que le toma delicadamente el mentón.

Hemos pasado de una relación puramente teológica (la Virgen Kiriotissa románica) a otra humana que pretende acercarse al fiel a través de la empatía. La Virgen ya no es sólo un trono de Dios, sino la madre de todos, una intercesora a la que acogerse (como las famosas Cantigas de Alfonso X, también toledanas).

Estéticamente hemos pasado del antinaturalismo románico al realismo idealizado de las formas que usa la belleza como forma de persuasión ante un nuevo público urbano.

Su curvatura la podemos analizar como una forma de manierismo en la que desemboca el gótico clásico, igual que su canon tan sumamente alargado y esbelto.

Se encuentra realizada en alabastro y conserva gran parte de su policromía al estar resguardada desde el comienzo en el coro (y también por la costumbre de vestirla, como fue habitual hasta el siglo XX)

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