La obra de Rodin es verdaderamente inacabable. Sus estilos múltiples. Ya lo hemos visto adoptar el lenguaje miguelangelesco en el Pensador o el Beso, o partir hacia el simbolismo y el vacio en la Catedral...
Hoy le toca el turno al expresionismo, la deformación... en su obra de Balzac.
La obra, encargada por la Sociedad de las Letras francesas, supuso para el escultor toda una larga indagación que duraría seis largos años.
Durante todo este periodo Rodin leyó parte de la obra del escritor, visitó su ciudad natal para ver los rasgos de sus vecinos, contactó con su ex sastre para hacerse con alguna de sus prendas...
Fruto de este proceso fueron múltiples estudios que lentamente se fueron centrando en su cabeza, a la que sometió a sucesivas metamorfosis, alejándose progresivamente del parecido físico para concentrarse en la capacidad de la escultura para despertar emociones y sentimientos.
De esta manera, su obra fue pasando de ser un retrato de Balzac a otro del genio con todas sus contradicciones.
En este proceso los detalles se fueron perdiendo para aferrarse a las masas y los ángulos que jugaran con la luz, creando un poderoso busto que expresión visionaria, sin ningún tipo de idealización.
Siguiendo a su amado Miguel Ángel, amplió los arcos supraciliares (la zona de las cejas) para dejar en una oscuridad terrible a su mirada que esconde todo el torbellino de la genialidad.
Para el cuerpo redujo también todo detalle superfluo y con una simple bata dejó que los plieguen se quebraran con dureza mientras todo el cuerpo se inclinaba hacia un lado.
La insólita postura amenaza así al espectador, preparándole el ánimo para ver el rostro a la vez que los paños, tan sucintos, producen la extraña sensación de encontrarse con un genio, algo inmaterial, un cuerpo perdido bajo ellos, pues sólo ya es espíritu, grandeza de ideas.
La escultura causó tal escándalo que sólo sería fundida muchos años después de la muerte del escultor.