El arte de Murillo llegó a su cima técnica en su famosa serie de Inmaculadas que fue realizando a lo largo de su vida.
Su éxito popular se debe tanto a la nueva religiosidad que se desarrolla a finales del XVII y que ya explicamos aquí.
Murillo. Santa María la Blanca. Sevilla
La iconografía de la Inmaculada había nacido a finales del XVI, como un tema típicamente hispano (hasta se llegaron a constituir hermandades en las que las reglas precisaban que los hermanos debían defender la virginidad de María hasta la sangre), y sin entrar en otros pormenores representan perfectamente el machismo imperante en nuestra sociedad que colocaba a la mujer en un plano sublimado, poniendo la virginidad como el mayor tesoro de lo femenino.
Como ya explicamos aquí con mayor detenimiento, su iconografía se inspira en las letanías a la Virgen (entra en este artículo para ver todos los símbolos que aparecen).
Su origen formal se encuentra en la Ascensión de Tiziano, sufriendo una curiosa evolución.
A principios de siglo (y siguiendo las maneras prescritas por Pacheco en su arte de la pintura) nos encontraremos con mujeres inmóviles, de manos en posición de rezo y figura cerrada. Así las encontraremos en las obras de Zurbarán, el Velázquez joven, Martínez Montañés o Alonso Cano.
Asunción. Tiziano
A principios de siglo (y siguiendo las maneras prescritas por Pacheco en su arte de la pintura) nos encontraremos con mujeres inmóviles, de manos en posición de rezo y figura cerrada. Así las encontraremos en las obras de Zurbarán, el Velázquez joven, Martínez Montañés o Alonso Cano.
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A mitad de siglo la fórmula será revisada por Ribera en su Inmaculada de Monterrey que ya vimos aquí, con paños flotantes heredados de Bernini, eliminación de muchos símbolos secundarios y creación de una corte de pequeños querubines heredados de los putti clásicos que sustentan una nube en donde la Virgen se eleva.
Murillo será el gran heredero de esta tradición en Sevilla y la convertirá en un perfecto ejemplo de su estética: rostros bellos y juveniles, formas blandas, colores claros y de tono pastel que buscaban conectar con el espectador por medio de la grazia renacentista que ya cultivara Rafael, hablándole en formas elegantes (las que toma de Van Dyck, igual que su pincelada muy dividida que crea entornos vaporosos) y colorido suave que permita un contacto emocional inmediato, ya cercano al mundo rococó.
De hecho, muchas de ellas, exportadas (o robadas) serán básicas en la constitución de este gusto elegante del rococó en Francia e Inglaterra, en donde Murillo será, hasta mediados del XIX, el pintor español mejor considerado
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