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lunes, 9 de marzo de 2015

VELÁZQUEZ. EL RETRATO DE MARTÍNEZ MONTAÑÉS


Dentro de la inmensa calidad de casi todos los cuadros de Velázquez, este cuadro es uno de mis retratos favoritos, tanto por el significado histórico como por su calidad estética
La figura, Martínez Montañés, es una de las figuras cumbre de nuestra imaginería barroca (aquí tenéis una fotogalería enlazada de su obra) que, en el final de sus días, acepta un curioso encargo: hacer un esbozo de la cara del rey Felipe IV para ser traslada a Italia para que Tacca haga su escultura ecuestre (aquí lo explicamos todo con más detalle, incluida la supuesta intervención de Velázquez o Galileo).


Pero aparte de la anécdota la pintura es toda una declaración de intenciones del pintor que repetirá de nuevo en las Meninas: ut pintura poesis.


El tema es largo y de tradicional desde Alberti, pero en pocas palabras, es el entendimiento del arte como una actividad más mental que manual (como sería la escritura). De esta forma el artista se vuelve un intelectual (y no un puro artesano) que le encumbraría socialmente (os recuerdo que en el Antiguo Régimen se condenaban las ocupaciones manuales, no siendo dignas de la nobleza) y le eliminaría los impuesto vinculados a los productos manufacturados.
Como podéis ver, Pacheco no trabaja manualmente. Mira a su modelo mientras su mano con el palillo de modelar el barro queda en suspenso. Hay una actividad mental, no manual, exactamente a lo que Velázquez está realizando en las Meninas.
Una idea llevada magistralmente a lo visual a través de la luz. Fijaros en estas palabras de Gállego:
Una concentración de efectos, en la mirada que estudia, en la frente que piensa, en la mano que va a obedecer
.

Por si fuera poco todo esto este cuadro es todo un prodigio de pincelada, especialmente en los fondos neutros del segundo plano (en realidad no tan neutros, pues si os fijáis con atención en ellos, varían a lo largo del cuadro para conducirnos la mirada, tal como ya hacía Caravaggio pero llevado a la perfección, tanta que casi es imposible de ver si uno no se fija en ellos)
Y como culminación el negro del traje. Nadie jamás pintó el negro mejor que Velázquez, como ya vimos aquí. Un negro al que sabe sacar luces y ¡sombras!, en el que es capaz de dar texturas, brillos y volúmenes. Volved al principio del artículo y observarlo. Os quedaréis fascinados, tanto como podéis estar contemplando los blancos de Zurbarán

Si os ha fascinado el cuadro tenéis una magnífica novela que lo recrea (además de muchas más historias de Velázquez) de la que ya hablamos aquí
.

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