El museo de Budapest conserva este magnífico cuadro del primer Velázquez que nos puede ayudar a ver sus principales características.
Nos encontramos un una típica escena de género, aparentemente constumbrista (como lo fueron su Aguador de Sevilla o su Vieja friendo huevos) en donde unos ¿campesinos? comparten mesa.
Uno es mucho más mayor que otro, y tiene un claro parecido con uno de los apóstoles conservados en Barcelona y Sevilla. El otro recuerda, con más años, el jovenzuelo que protagoniza alguno de los cuadros antes citados.
Entre ambos una mujer sirve con gran atención vino en una copa de fino cristal.
En esta mesa encontramos un magnífico y sobrio bodegón (cercano en su sencillez a los que realizara en la misma época Sánchez Cotán) de comidas sumamente comunes y en absoluto elaboradas (vino, pan, quizás arenques,...) sobre un blanquísimo mantel.
El cuadro, acaso de 1620, es una versión de otro anterior (de pleno aprendizaje, acaso el que conserva el Hermitage) y tiene una fuerte vinculación (como tantas obras de esta etapa sevillana) con el mundo caravaggiesco, acaso conocido en Sevilla por estampas y obras de los famosos bambociantes.
De Caravaggio extrae el sevillano el realismo de sus figuras, sus entonaciones cálidas (sobre un fondo o preparación de tierra de Sevilla, habitual en su época), el interés por las texturas, la intensidad de la luz que deja en pura sombras el fondo e incluso el propio encuadre, como puede verse al compararse este lienzo con la Cena de Emaús de Caravaggio.
Dos grandes dudas quedan por resolver sobre esta escena.
La primera de ellas es su significación, pues como postula Gállego en el siglo XVII nuestro supuesto realismo siempre fue engañoso, encubriendo símbolos de una lectura más compleja (una forma de dar una doble imagen, puramente de género para la plebe y simbólica para la élite, como ya se demostró con el Aguador de Sevilla que habla de las tres edades del hombre y la forma de transmisión del conocimiento, el vaso con un higo en su fondo, del viejo al joven mientras el de mediana edad lo consume con avidez).
Frente a tales hipótesis cobra fuerza la intensidad de la concentración de la muchacha mientras sirve el vino o los propios gestos de los comensales, aunque el estado actual de conocimiento no nos permite ir más allá.
Por otra parte, nunca se ha llegado a dilucidar por completo si es obra de Velázquez con posteriores repintes o una copia cercana de un original perdido (a mi, particularmente, me chirría el color de la túnica del anciano)
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