Habitualmente, y oscurecida por los grandes maestros (Zurbarán, Ribera, Velázquez o Alonso Cano), se suele prestar poca atención al tercer tercio de nuestra pintura.
En ella, sin embargo, encontramos grandísimas figuras, como Murillo, Valdés Leal, Claudio Coello o el propio Carreño de Miranda.
Esta generación más joven (y sin perder nunca la influencia veneciana) ya renuncia casi por completo a lo caravaggiesco, volcándose hacia las dos personalidades internacionales del barroco: Rubens y Van Dyck y el ejemplo hispano de Rizi
Del primero de ellos, Carreño tomará las grandes composiciciones dinamizadas por diagonales y animadas por un potente colorido de fondos cálidos que sirven para creación de imágenes de fuerte retórica, como esta misa de en el museo del Louvre
Carreño también se inspira en Van Dyck, sus tonos de melancólicos grises y verdes, utilizando una pincelada muy deshecha que genera sus típicos ambientes vaporosos que combinan perfectamente con el suave erotismo de esta Magdalena del Museo de Bellas Artes de San Fernando (más en la línea de Rubens)
De la misma manera, aunque con un dibujo más recio que su coetáneo Murillo, trabaja en otro de sus temas recurrentes, la Inmaculada, en forma de huso y un vibrante colorido en su túnica azul que contrasta con sus fondos pastel
Como autor de pintura decorativa, y en colaboración con Rizi, se muestra mucho más italiano, recogiendo las ideas de perspectiva de la quadratura de Pozzo o Cortona, como ya analizamos en la decoración de la cúpula de San Antonio de los Alemanes.
Nombrado pintor de Cámara en 1671, compartirá con Mazo y Claudio Coello la representación oficial de los últimos Austrias.
En este género seguirá la imagen creada por Velázquez y que ya analizamos aquí.
Sus imágenes de Mariana de Austria (que aparece en el principio del artículo) o Carlos II son todo un verdadero tratado sobre nuestra decadencia imperial, en donde los fondos se oscurecen y la gravedad anterior se convierte en verdadera melancolía, la de las grandes salas vacías, más habitadas por la oscuridad que por las figuras y en donde tan sólo destacan los escasos brillos de los muebles, memorias ya perdidas del antiguo esplendor
Carlos II
Carlos II
Su puesto de pintor real le hizo ser un bien codiciado para los distintos miembros de la corte, muchos de los cuales pasaron por sus pinceles
Doña Inés de Zúñiga
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Fernando de Valenzuela. Privado de la reina madre
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