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jueves, 23 de abril de 2015

PICASSO Y EL (falso) RETORNO AL ORDEN.


Con la I Guerra Mundial, y movilizados artistas como Braque o Apollinaire, el movimiento cubista parece desarticulado.
El propio Picasso inicia uno de los cambios vitales que serán habituales en su vida, asociándose a la compañía de los ballets rusos que hacen gira por media Europa.
Allí conocerá a Olga, una bailarina con la que se casará y tendrá el primero de sus hijos (Pablo). Su vida bohemia parisina termina así abruptamente, y en las fotos del momento vemos a Picasso convertido en un buen burgués, con su corbata y sombrero, que empieza a probar las mieles de la fama y el triunfo.
Durante estos viajes (especialmente a Londres o a Italia), Picasso tiene la oportunidad de fascinarse por la escultura clásica.

Estos nuevos alicientes, unido a un clima general (el denominado Retorno al Orden) que acalla la experimentación vanguardista tras el trauma de I Primera Guerra Mundial, hacen que Picasso cambien radicalmente de estilo (aparentemente).
Es lo que llamamos su época clásica.
En ella encontramos, sobre todo, tres sugestiones: la escultura clásica, la fotografía y el dibujo de Ingres.

Si observamos sus obras encontraremos un retorno a la figuración, aunque para nada debemos de hablar de realismo.
Las figuras han sufrido una fuerte reorganización, con perfiles casi tallados y reducción de detalles en favor de una primacía del volumen (la influencia de la escultura que seguirá presente en sus bañistas de los años posteriores y que tanto influirá en Moore) y un curioso sombreado que según algunos especialistas proviene del trabajo sobre las fotografías en blanco y negro que entonces sustituyeron en numerosas ocasiones al modelo real, y que le permitían una división tajante entre la luz y la sombra.




























A estas influencias hay que añadir el fuerte influjo de Ingres y su linealidad.
Como ya hemos analizado en otra ocasión, Ingres produjo una fuerte (pero casi invisible) revolución, la de adaptar la realidad a la línea y sus ritmos, no dudando en deformar la imagen natural para que ésta se pudiera adaptar al domino lineal (una verdadera abstracción escondida bajo el aparente realismo).
Esta técnica será retomada por Picasso desde muy pronto, pero es ahora cuando tiene una importancia crucial.


Son numerosas las obras a pluma, de línea continua, en esta época, pero aún más evidentes resultan ciertos cuadro (¿inacabados?) en donde se contrapone zonas coloreadas con otras simplemente dibujadas, como si nos quisiera demostrar las distintas maneras que posee para traducir la realidad en pintura.

Es, realmente, un verdadero manifiesto sobre la importancia de lo mental (el diseño) en la pintura que, como ya pretendía su maestro Cezanne, ha de traducir la realidad en elementos pictóricos.



























Por ello no nos debe extrañar que, a la vez que realizaba estos cuadros, Picasso siguiera produciendo obras de cubismo sintético en donde cada vez tenía más importancia las formas cerradas y el conocimiento de los objetos por sus perfiles característicos.

























Todo ello es lo que nos sirve para hablar del falso realismo que citábamos al principio del artículo, pues más bien se trata de nuevas investigaciones formales que no significan ninguna claudicación y que, hacia la mitad de los años 20, y bajo el influjo del surrealismo, producirán obras maestras como las bañistas o la Suite Vollard.
Bañista

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