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martes, 17 de julio de 2018

ÁNIMA MUNDI. LUIS. LA FIESTA


La penúltima semana deagosto eran las fiestas del Real, con mucho las mejores de toda la zona.
El Real era un pueblo grande, lleno de veraneantes, y sus fiestas eran el final del verano, por lo que tenían un aroma a despedida que, sin embargo, siempre andábamos esperando. Puestos de comida, de tiro, coches de choque, orquesta e, incluso, fuegos artificiales el domingo por la noche.
El verano se acababa y por las noches ya empezaba a refrescar, pero esta vez no había nostalgia; eran mis primeras fiestas con pareja.
Cuántas veces había pensado en algo como aquello mientras veía a otros más mayores que yo paseando agarrados con sus parejas enmedio del gentío. Debía de ser fantástico estar así, disfrutando juntos. Así me imaginaba el futuro.
El Real está lejos para ir andando, y conseguimos que los padres de Bea nos llevaran en coche. Luego nos recogerían  a las 9 pues Sabrina no podía llegar más allá de las 9: 30 a su casa.

- Con cuidadito, ¿eh? – nos dijeron sus padres al dejarnos junto a la plaza.

- Claro – dijimos los cuatro muy serios.
Todavía era pronto y la gente estaba comenzando a salir con desgana, pero a mi me daba lo mismo. Por primera vez desde que empezamos a salir no teníamos que andarnos escondiendo en la urbanización o en las piedras del Fumadero para que su padre no se enterará de lo nuestro.

- ¿Pero tú estás segura de que no te dejaría salir conmigo? - la había preguntado en alguna ocasión.

- Demasiado segura - me contestaba siempre.

Estamos alerta todas las tardes mientras paseamos por la urbanización desierta no fuera a ser que alguien nos viera, saltandonos apresuradamente las manos cuando nos encontramos con alguien del pueblo 

- ¿Tú crees que nos ha visto? - me preguntaba ella aterrorizada.
- Espero que no.



Por eso aquella tarde fue algo tan especial. Podíamos ir juntos, agarrados de la mano, y darnos un pequeño beso en plena calle, rodeados de gente y sin preocuparnos

Ahora que lo recuerdo debíamos parecer cuatro niños jugando a ser mayores en medio de la fiesta. Compramos churros aunque a nadie nos gustaban demasiado, probamos sin éxito en la tómbola y tiramos con las escopetas trucadas hasta que conseguimos un peluches para cada una de nuestras chicas.

Como gran remate de las fiestas   montamos en los coches de choque, cada uno con sus pareja. 

En uno de los topetazos Bea perdió una zapatilla y hubo que parar toda la pista para que la pudiera volver a recoger y yo la volví a dar a Gema cinta verde del pelo que nos había servido para conocernos y que desde entonces había tenido enredada en un bolsillo como el mayor de mis trofeos.
Realmente parecía que vivíamos dentro de una película aunque lo que no sabía es que los títulos de crédito estaban a punto de llegar.



Lo que apenas pudimos fue a bailar, pues la música comenzó a las 8: 30 y a las 9 ya nos vinieron a recoger los padres de Bea.

Aún así recuerdo su cintura abrasada, su cabeza apoyada en mi hombro aunque ella fuera  un poco más alta que yo, con su aliento en mi cuello.
Cómo no recordarlo. Saber que uno se volvía mayor de repente y salía y entraba con tu chica a tu lado, riéndose con Secretario, una Chochona,mientras se encendían los primeros cigarros sin miedo (tampoco) a ser descubierto y en el aire cada vez más fresco de la primera noche se encendían las luces de los puestos y flotaba, entre el olor a churros, otro aroma aún más intenso



Era una liberad pequeña, un yo ya no soy un niño, miradnos, es mi chica. ¿Qué, no lo creeis? Yo tampoco aún me lo creo. Me sigue pareciendo imposible que alguien como ella se haya fijado en mi. Como en una novela, un cuento no infantil.
Quién me lo iba a decir unas semanas antes cuando perseguía (pero sólo en pensamientos) a Mercedes, esperando lo que nunca llegaría a ocurrir, o a Inma, pasando las horas muertas junto al campo de baloncesto de la Junta Municipal, esperando que ella me mirase (nunca lo hizo) y todos los sueños, morosamente construidos durante  el día, se derrumbaban al caer la noche, desvaneciéndose como humo. Todas las palabras que le diría, los gestos justos que las acompañarían mientras la cogiera de las manos y la besara después; fantasías al calor de una primavera que se estrellaban contra la tozuda realidad de un chico demasiado tímido.

Pero ahora estaba allí, con ella de la mano, y era tan feliz que, lógicamente, eso no era posible.





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