La penúltima semana deagosto eran las fiestas del Real, con mucho las mejores de toda la zona.
El Real era un pueblo
grande, lleno de veraneantes, y sus fiestas eran el final del verano, por lo
que tenían un aroma a despedida que, sin embargo, siempre andábamos esperando.
Puestos de comida, de tiro, coches de choque, orquesta e, incluso, fuegos
artificiales el domingo por la noche.
El verano se acababa y por
las noches ya empezaba a refrescar, pero esta vez no había nostalgia; eran mis
primeras fiestas con pareja.
Cuántas veces había
pensado en algo como aquello mientras veía a otros más mayores que yo paseando
agarrados con sus parejas enmedio del gentío. Debía de ser fantástico estar
así, disfrutando juntos. Así me imaginaba el futuro.
El Real está lejos para ir
andando, y conseguimos que los padres de Bea nos llevaran en coche. Luego nos
recogerían a las 9 pues Sabrina no podía
llegar más allá de las 9: 30 a su casa.
- Con cuidadito, ¿eh? – nos dijeron sus padres al dejarnos junto a la plaza.
- Claro – dijimos los cuatro muy serios.
Todavía era pronto y la gente estaba
comenzando a salir con desgana, pero a mi me daba lo mismo. Por primera vez desde que empezamos a salir no teníamos
que andarnos escondiendo en la urbanización o en las piedras del Fumadero para
que su padre no se enterará de lo nuestro.
- ¿Pero tú estás segura de que no te dejaría
salir conmigo? - la había preguntado en alguna ocasión.
- Demasiado segura - me contestaba siempre.
Estamos alerta todas las tardes mientras
paseamos por la urbanización desierta no fuera a ser que alguien nos viera, saltandonos
apresuradamente las manos cuando nos encontramos con alguien del pueblo
- ¿Tú crees que nos ha visto? - me preguntaba
ella aterrorizada.
- Espero que no.
Por eso aquella tarde fue algo tan especial.
Podíamos ir juntos, agarrados de la mano, y darnos un pequeño beso en plena
calle, rodeados de gente y sin preocuparnos
Ahora que lo recuerdo debíamos parecer cuatro
niños jugando a ser mayores en medio de la fiesta. Compramos churros aunque a
nadie nos gustaban demasiado, probamos sin éxito en la tómbola y tiramos con
las escopetas trucadas hasta que conseguimos un peluches para cada una de
nuestras chicas.
Como gran remate de las fiestas
montamos en los
coches de choque, cada uno con sus pareja.
En uno de los topetazos Bea perdió una zapatilla
y hubo que parar toda la pista para que la pudiera volver a recoger y yo la
volví a dar a Gema cinta verde del pelo que nos había servido para conocernos y
que desde entonces había tenido enredada en un bolsillo como el mayor de mis
trofeos.
Realmente parecía que vivíamos dentro de una
película aunque lo que no sabía es que los títulos de crédito estaban a punto
de llegar.
Lo que apenas pudimos fue a bailar, pues la
música comenzó a las 8: 30 y a las 9 ya nos vinieron a recoger los padres de
Bea.
Aún así recuerdo su cintura abrasada, su cabeza
apoyada en mi hombro aunque ella fuera un poco más alta que yo, con su
aliento en mi cuello.
Cómo no recordarlo. Saber
que uno se volvía mayor de repente y salía y entraba con tu chica a tu lado,
riéndose con Secretario, una Chochona,mientras
se encendían los primeros cigarros sin miedo (tampoco) a ser descubierto y en
el aire cada vez más fresco de la primera noche se encendían las luces de los
puestos y flotaba, entre el olor a churros, otro aroma aún más intenso
Era una liberad pequeña,
un yo ya no soy un niño, miradnos, es mi chica. ¿Qué, no lo creeis? Yo tampoco
aún me lo creo. Me sigue pareciendo imposible que alguien como ella se haya
fijado en mi. Como en una novela, un cuento no infantil.
Quién me lo iba a decir
unas semanas antes cuando perseguía (pero sólo en pensamientos) a Mercedes,
esperando lo que nunca llegaría a ocurrir, o a Inma, pasando las horas muertas
junto al campo de baloncesto de la Junta Municipal, esperando que ella me
mirase (nunca lo hizo) y todos los sueños, morosamente construidos durante el día, se derrumbaban al caer la noche,
desvaneciéndose como humo. Todas las palabras que le diría, los gestos justos
que las acompañarían mientras la cogiera de las manos y la besara después; fantasías
al calor de una primavera que se estrellaban contra la tozuda realidad de un
chico demasiado tímido.
Pero ahora estaba allí,
con ella de la mano, y era tan feliz que, lógicamente, eso no era posible.
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