Nos criamos en el mismo barrio y a los 12 ya éramos amigos
A los 14 nos volvimos heavys de chupa vaquera, de chapas de ACDC, de Iron Maiden y de Scorpión, y muchos sábados íbamos a los bajos de Aurrerá con los pantalones ceñidos y unas botas camperas que era nuestro máximo trofeo de los regalos de Reyes
Fue por aquel tiempo cuando sus padres compraron un piso en la sierra y Luis comenzó alternar los fines de semana en Madrid con los de aquel pueblecito en donde la conocería.
Sus largos cabellos rubios, sus profundos ojos verdes, aquel cuerpo de ensueño le parecían imposibles para un muchacho tan tímido como él. Pero a veces ocurren milagros que marcan una vida entera, y fue ella la que se encaprichó de él y, sin otro motivo que sus trece años comenzó a perseguirlo, acompañada de su amiga Bea.
El Soldado Desconocido, le llamaba ella en las semanas de aquel verano que ocupó en perseguirlo, casi como un juego, luchando contra su timidez enfermiza, haciéndose una y otra vez la encontradiza,
Luis iba con su amigo César, siempre más guapo que él, con aquellos ojos de un azul rabioso.
Cesar era más alto, más simpático, jugaba mejor al fútbol, pero contra todo pronóstico, la amiga menos despampanante terminaría con él mientras Luis ganaba el premio gordo de la lotería y, un quince de agosto, comenzaron a salir.
Entre medias ocurrieron muchas pequeñas cosas que, para aquellos dos adolescentes, fueron el guión más excitante de su vida.
Hubo una cinta de pelo azul, una especie de cordón trenzado que, cuando ya habían atravesado las primeras barreras y se saludaban al encontrarse por la plaza, se le ¿cayó? a su dueña y Luis recogió sin querérselo devolver pese a sus ruegos.
- Yo lo he encontrado en el suelo.
- Pero es mío, dámelo - dijo ella intentándoselo arrebatar
Por primera vez notó el tacto de sus manos en aquella blanda batalla sin bajas (al menos por el momento) que les tuvo entretenidos toda la tarde de tonterías, usando el litigio del cordón para cuando la conversación languidecía.
Esa noche Luis durmió agarrado a ella sin saber la prisión en la que estaba entrando. Sólo sentía el corazón desbocado y un peso enorme en la boca del estómago, pues era la primera vez que se encontraba tan cerca de una chica.
- Es que le gustas – le decía César una y otra vez, mientras peloteaban con el balón,
Luis lo negaba, aunque su alma saltaba de golpe al oírlo.
- Déjate de tonterías, César. ¿Cómo se va a fijar en mi una chica tan guapa?
- Eso digo yo – le contestaba César riendo, ganándose un buen pelotazo -. Pero es como te digo, hazme caso.
- ¿Y no será su amiga la que te persiga a ti?
- Eso espero, porque cada vez me gusta más. ¿Has visto qué pelo tiene? ¡Qué vas a darte cuenta, si desde que las conocemos estás alelado!
Entre estas conversaciones pasaban las horas dándoles toques al balón, estratégicamente colocados en el rincón de la plaza por donde ellas pasaban todas las tardes a eso de las siete.
Así fue como comenzó su Verano Azul particular, en un pueblo sin mar, bañados por un sol inclemente.
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