martes, 20 de agosto de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Cuando nos volvimos heavys a los 14

DALE AL PLAY Y GUITARREA

En algún momento indeterminado de mis catorce años me volví heavy como una enfermedad más que hay que pasar en la adolescencia.

El primer culpable fue Jesús y el punteo de Escalera al Cielo de los Zeppelin que me enseñó a tocar con su guitarra acústica en la Sierra durante las largas tardes de verano.

Luego, ya entrado el otoño, fue el primero que me llevó al Barrabás, y yo aquella tarde me sentí invadido por una furia que hasta entonces no había sentido. Esa música era pura energía, y mis hormonas debieron reaccionar con una descarga de adrenalina que me dejó noqueado todo el fin de semana y me hizo gastar la paga en un disco de AC/DC y otro de Scorpions en mi tienda del barrio. 
Comencé entonces un viaje en el que pronto me acompañó Solsona, convirtiendo en Canci y los bajos de Aurrerá en nuestros destinos predilectos de los fines de semana. 
Todo este camino fue acompañado por un cambio de estética y aparecieron muñequeras, chapas compradas en el rastro y el pelo cada vez más largo frente a los refunfuños de mi madre que resultaban imprescindibles, casi incluso más que la propia música, pues para un adolescente la estética es una de sus primeras formas de ética, e igual que hay que ser comunista a los 20 para luego ir recorriendo el camino hacia lo conservador, un verdadero adolescente debe pasar por su época heavy como un peaje imprescindible para conocer todo el volumen y la tensión que te habita dentro. 
Energía sin contemplaciones. 
El problema, sin embargo, fue que yo fui (creo que también Solsona), heavy a tiempo parcial, y nunca pude dejar de escuchar a Bach ni al nuevo pop que estaba renaciendo en los 80 y, aunque parezca absurdo (aunque a los 14 no lo era, evidentemente), eso me creaba verdaderos problemas de conciencia, como si con una música traicionar a las otras en esta puta edad llamada adolescencia que estar prohibida 
o tal vez no, ¿quién no ama las montañas rusas en su estómago?, ¿verdad, Sabrina
Te recuerdo que yo era heavy hasta que tú me diste la vuelta como un calcetín y me hiciste fan de Mecano, aunque también es verdad que te conocí gracias a u a chapa de AC/DC, ¿lo recuerdas?
Hasta entonces yo tenía el pelo todo lo largo que me dejaron (que no fue mucho) y pasaba los fines de semana haciendo solos interminables con una guitarra imaginaria mientras buscaba nuevas emisoras que me permitieran conocer aquellas canciones que desde entonces han quedado en mi memoria como luces deslumbradoras de escasa armonía pero un poder sin límites.
Campanas del infierno, Iron Maiden, Metálica, los Judas Priest que tanto amiba nuestro amigo Arias, Saxon y otra decena más de grupos que viajaban en una épica estruendosa de dobles bombos y guitarras afinadas en el extremo más agudo te dejaban en estado catatónico tras una tarde de violencia y gritos que te dejaban perplejo ante el mundo pero también limpio como si te hubieran fregado con lejía.
¿Cómo no amar esa música a los 14?
Era, también, la rebeldía ante un mundo que no nos gustaba que empezamos a comprender oyendo a Barón Rojo y Obús que acabaron de una vez con nuestros cuentos infantiles y nos dijeron a las claras que los Reyes Magos eran, definitivamente, los padres mientras la magia debía estar en otro lado, aquel pronto conoceríamos.
Por eso había que gritar mientras dábamos botes sobre la pista, convencidos que este era el único camino que teníamos ante todo lo que no comprendíamos. Una puñetera Escalera al Cielo que algunos equivocaron y pasaron a cabalgar blancos caballos que les llenaban de espinas y, en pocos meses, se convertían en puros espectros que deambulaban sin rumbo por las calles desierta buscando una dosis más que quemar en su papel de aluminio , ¿verdad, Jesús? 
Tú también corriste hacia esas esquinas sin regreso a las que no quisimos acompañarte, no sabemos si por miedo o por pereza, y te vimos alejarte a una velocidad que nos dejó aterrorizados y con ganas de llorar, pues sólo entonces nos dimos cuenta de lo fácil que era pasar al otro lado en donde ya nada es real más que el dolor de las articulaciones y la ansiedad mientras el rostro se vuelve una calavera y la lengua se convierte en algo pastoso mientras los pies comienzan a arrastrarse sin fuerzas en las rodillas ni en el alma que ya sólo es visitada por las propias pesadillas.
Así acabaron varios de nuestros mejores amigos y otros que no lo eran tanto y había que esquivar en el barrio para que no te dieran el palo,


Eso no era el heavy, claro, pero también estaba en sus alrededores.
Por fortuna a nosotros no nos interesó nunca, acaso porque unos años antes tampoco nos pareció nada apetecible esnifar como locos de una bolsa llena de pegamento, y nos bastaba y sobraba con aquellos ritmos sin aliento, con sus gritos contra todo y todos que (tal vez) fueran el germen de toda una ideología que sólo mucho después comprenderíamos, quizás.

Por el momento todo era más sencillo y sólo necesitábamos que la habitación vibrara bajo el terremoto de las baterías, acuchillada por las guitarras eléctricas y las voces llevadas al límite último, y allí, por  cuatro minutos  y medio, sentirse vivo como si lo fueras por primera vez en la historia.
Por eso y muchas más cosas nos volvimos heavys a los 14



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