Si algo ha demostrado la música, la literatura o el arte (especialmente en el mundo contemporáneo) es que es la mezcla y no la esencia la que nos hace prosperar.
Sólo hacía falta escuchar a Luis hablando de su querida música soul y de sus sorprendentes meandros que desde su nacimiento y hasta la actualidad habían fecundado una y otra vez la música, poniendo un alma negra y desgarrada en las pieles más claras de ojos azules.
- Es la mezcla, Lucas - me dijo miles de veces hasta que su voz se cortó aquella terrible noche de agosto -. Ahí está la vida -, y para asegurarlo ahí estaba su mp3 miracoloso de 1178 canciones en donde cabía del heavy hasta la más terrible balada de los Pecos.
- Ahí está mi vida entera; no podría renunciar ni a una sola canción.
Quien escribe o pinta lo sabe muy bien, y Picasso necesitó retornar a los mismísimos orígenes de la humanidad para cambiar el mundo moderno con sus Señoritas de Avignon mientras García Márquez recurría al mundo primigenio para contar la fábula moderna de sus Cien Años de Soledad.
- Recuerda a Borges, Lucas.
- Cierto, Solsona. Borges era lo impuro. Un batido exquisito de historia, leyendas, culturas e imaginación que él quiso soñar en una biblioteca escondida de Buenos Aires.
Pues sin mezcla todo se termina volver estéril y las puras esencias se terminan por radicalizar, convirtiéndose en dibujos grotescos.
Y sabiendo eso, ¿por qué nos empeñamos en anhelar lo contrario?
Sólo hace falta ver la política (ese gran juego de los hombres, el supremo según Aristóteles) para darnos cuenta de a qué velocidad y con que dureza nos estamos radicalizando.
R., a su peculiar estilo, ya lo explicó perfectamente. Somos pájaros cada vez más encerrados en libros de estilo y argumentarios fabricados para ser proyectados en redes sociales como misiles de largo alcance.
Y el centro, ¿dónde está? ¿Ha desaparecido?
¿De verdad que ya no existen personas que buscan un cierto equilibrio?
¿Es cierto que han desaparecido los que buscan acuerdos y coincidencias en vez de enfrentamiento?
Cada vez veo más claro que todo esto tiene algo que ver con el mundo de las redes sociales que más que servir para el debate son un instrumento de confrontación e insultos. Un espacio para pocos caracteres, para titulares en vez de pensamientos en donde muchos pierden la educación bajo la supuesta máscara de anonimato y en vez de argumentos se utilizan descalificaciones (¿Nunca les ha sucedido eso?)
Tal vez se encuentre también el nuevo culto a la emoción del que ya hablamos en otra ocasión, o de la deficiente educación que llevamos años planteando que no ayuda ni a la crítica (pero la seria, honesta pero respetuosa) ni a la educación emocional.
Sea como fuera, ¿no han observado la polarización?
El ascenso de la ultraderecha es un síntoma; las posturas radicalizadas de ciertos nuevos feminismos, otro. Y el veganismo que vandaliza tiendas de embutidos o la negación del género de los más conservadores... Hay tantos ejemplos.
Pareciera como si hubiéramos reaccionado con violencia ante la indiferencia casi ontológica de la segunda posmodernidad y del todo vale, y hubiéramos pasado a sólo es posible lo mío, excluyendo cualquier idea que se encuentre fuera de mis estrechas miras.
Nada nuevo puedo encontrar en los otros; ese parece ser el dictado. Que mueran, que desaparezcan los que no son como yo por piel, clase social, ideas o vida sexual.
¿Eso es lo que realmente queremos?
Pero yo vi, además de naves en llamas más allá de Orión, que una vez existía el centro; un lugar más allá de las puertas de Tannhäuser que hizo posible un ¿mito? llamado Transición.
Vi pactos y diálogos en el mismo filo de la navaja que ahora se están perdiendo como lágrimas en la lluvia tras la cual sólo queda cada vez más gritos, y odios detrás, y mucho miedo rodeándonos ante los que insultan, a los que niegan, a los que atacan a los otros por no ser como ellos mismos.
Y en vez de polémica hay trifulca, y apunto estamos (de nuevo) a acudir a la dialéctica de los puños e las pistolas, pues no hay posibilidad de disensión, sólo adhesión sin fisuras o lucha, pues los oponentes se han convertido en enemigos y han tomado las banderas (cada cada la suya) como búnkers armados que sirven (más que para cobijar) para agredir al otro.
A esto lleva la pureza excesiva, a la idea (terrible) de que sólo nosotros tenemos razón.
Ya nos lo demostraron Calvino, Savonarola, la Inquisición española o el régimen hitleriano. Quien no está conmigo es mi enemigo, y debe morir (cuantas veces lo ha hecho ya) Giordano Bruno en la hoguera por la simple causa de pensar diferente.
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