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miércoles, 20 de marzo de 2019

LUIS. ÁNIMA MUNDI. Cuando Bach lo dijo todo


Lo recuerdo perfectamente. 
La primera vez que entré en casa de Solsona, nada más abrir la puerta, me recibió esta cantata de Bach, y entonces estuve seguro que aquel iba a ser el amigo que, pasara lo que pasara, era ya el de toda la vida.
Yo tenía trece años y él catorce, y nos habíamos conocido ese mismo año, en primero de BUP.
No sé si el tercer o cuarto día, a la misma salida del colegio, nos peleamos con saña, aunque no recuerdo el motivo (creo que tú tampoco, Solsona). Lo único que recuerdo que apenas un mes más tarde nos volvimos inseparables, y aún lo seguimos siendo, sin que haga falta siquiera verse, pues un amigo como él lo llevas en algún rincón del pecho que la anatomía dejó para eso.

Esto lo supe (de aquella manera tan incomprensible que puede saberlo un adolescente) el día que entré por primera vez en su casa y nada más hacerlo me recibió Bach en la misma puerta.
- ¿Qué te pasa, Luis? - me dijo él.
Pues yo debí quedarme petrificado ante la música y apenas si supe contestar:
- Nada, nada; ya te contaré.

Creo que luego nunca llegué a contárselo, y sólo será ahora cuando lo sepa (aunque, del mismo modo absurdo en que yo lo supe, él también ha debido de conocerlo; estoy seguro).
Por eso entenderá aunque nunca lo hayamos hablado en concreto, y sabrá que mi silencio fue, ¡simplemente!, la conmoción de un descubrimiento: el encontrarme con aquella música que era una de las favoritas de mi abuela.
Ella había muerto hacía un año, pero yo la seguía teniendo dentro en todos los libros que me había descubierto y la música que me había enseñado a escuchar, y ahora me la volvía a encontrar en la casa de aquel amigo que tan pronto se volvería entrañable.

Pues estaba la música, sí, pero también centenares de libros apilados en los estantes atiborrados que tapizaban las paredes desde el mismo pasillo. Un mundo entero de libros como mil universos por descubrir que te llamaban según avanzamos hacia el salón y él me presentó a su madre y a su tía.
El tocadiscos giraba con esta cantata y fue entonces cuando supe cuánto teníamos en común sin saberlo.
Evidentemente teníamos una edad donde estas cosas no debían decirse, pero comprendí que aquel chico era un regalo de los cielos, que dentro tenía libros, música y una familia que se parecía tanto a la mía, con su tía sentada en un sillón semejante al de mi abuela y transportada por la música.
Supe eso y en el pecho se me abrió un pequeño hueco para guardar aquella amistad que aún hoy perdura. Algo que no necesita palabras, y sólo una música de Bach, Mahler o de Mozart es suficiente.

Escuchadla con atención y podréis comprobarlo, pues se parece al juego de los violines y los oboes, a la entrada de la flauta dulce en medio de los largos periodos de las cuerdas que luego completa el violín solista. Un juego de completos, de largas olas sobre la que superponen otros pequeños instrumentos, como si la vida entera se reflejara en un estanque en donde caen briznas de primavera que dan color a la música sin alterar la paz que lleva dentro.
Eso es MI amigo.
Una paz de tempo lento que de pronto estalla en carcajadas. 
Una inteligencia llena de sentimientos, como el propio Bach, capaz de convertir las matemáticas en pura poesía que cae al alma sin ruido; sin malas caras nunca.
Mi amigo Solsona, el paisaje de mi armonía.





1 comentario:

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