Pocas obras tan intensas y brutales tiene el renacimiento como estos frescos de Signorelli que se contraponen tan aguda mente con las bóvedas de beato Angélico y Gozzoli que ya analizamos aquí.
En ellos se narra un final del mundo atroz que bien se podría poner en contacto con los acontecimientos de la época (muerte de Lorenzo el Magnífico, emergencia y caída de Savonarola, fin de los Borgias e inicio de una nueva forma de pontificado en la figura de Julio II...) que nos hablan de un mundo en crisis.
Las dos partes más contenidas son las dedicadas a la llegada del Anticristo que abre la serie y el paraíso que la cierra.
En la primera de ellas hay una construcción que recuerda a las obras maduras de Perugino o Pinturicchio, con una amplia perspectiva urbana en donde las escenas se desarrollan en múltiples planos, con una arquitectura final que representaría el templo de Jerusalén.
En el centro de la misma aparece el Anticristo que imita en sus firmas al Cristo verdadero, aunque nosotros sepamos del engaño al ver como, detrás suyo, un demonio le aconseja.
Vemos también todas las consecuencias de su predicación (asesinatos, violaciones, usura, guerras...)
En el Paraíso todo un compacto grupo de humanos miran al cielo en donde un coro musical de ángeles les anuncian los bienes de su nuevo estado.
En esta zona la perspectiva casi ha desparecido y es la anatomía la que toma el relevo a la hora de general la escena, con musculaturas poderosas y variadas.
Tanto su composición en forma de huso como el poder muscular de sus figuras influirán poderosamente en Miguel Ángel y su Juicio Final
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