En un post anterior analizábamos el Anticristo y la Paraíso, hoy llegamos a los tres lunetos más espectaculares que realizó Signorelli para el Duomo.
En el primer de ellos se nos nuestra el fin del mundo (Finimundi), adaptándose al espacio dejado por la puerta.
Terribles demonios lanzan fuego sobre los hombre en un clima de dolor y movimiento extremo en donde el pintor (como en el resto de estas obras) explota hasta sus límites las perspectivas y los escorzos renacentistas (pero no para generar espacio sino para dar mayor expresividad al conjunto)
En la resurrección de la carne (poco frecuente en el arte renacentista), Signorelli elimina los tradicionales ataúdes para hacer salir del suelo directamente a los muertos, creando así un efecto verdaderamente asombroso.
En ella, junto a los esqueletos, volvemos a encontrar las anatomías hercúleas habituales en todo el ciclo.
Por último, el infierno (que hace pareja compositiva con el Paraíso), vuelve a utilizar una forma de huso tumbada, creando una multitud compacta en donde se van produciendo todos los distintos martirios, llevando su expresividad a límites verdaderamente insospechados para el Quattrocento.
En la zona alta varios demonios revolotean llevando condenados o soltándolos hacia el suelo en una de las escenas más celebradas de todo el ciclo.
Como ocurre en toda la obra, el color se satura y busca gamas y contrastes verdaderamente insólitos para el mundo tranquilo del renacimiento, convirtiéndose (junto a su extremo movimiento y expresividad) en un verdadero precedente del manierismo (Miguel Ángel se verá muy influido por ellos para su Juicio Final de la Sixtina)
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