PERUGINO

Perugino participa de toda la herencia del Quattrocento, poniendo ya un pie en el Cinquecento.

Es, en el fondo, el gran heredero de la grazia y la exquisitez de Lippi, con sus luces claras y azuladas, las habituales en su Umbria natal, siempre matizadas por una suave neblina.

De Lippi también retoma la figura humana descrita con elegancia que lleva también al plano espiritual, uniendo movimientos con miradas y gestos que se terminan convirtiendo en una verdadera firma que recogerá el Rafael juvenil (y con él todo el clasicismo)

Del mundo de Piero está presente su absoluto control de la perspectiva y sus volúmenes rotundos (aunque suavizados por la luz ya citada).

Sus composiciones buscarán un equilibrio perfecto, normalmente a través de la más absoluta simetría, algo que será habitual en el primer clasicismo (fra Bartolomeo, Sarto, primeras obras de Rafael) que luego se irá sustituyendo por los equilibrios dinámicos de las investigaciones de Leonardo.

De la misma manera, Perugino es un precursor de Cinquecento en su manera de componer a través de las figuras (que ganan tamaño, volumetria y presencia) siendo ellas mismas las que generan el espacio (evolucionando desde el germen establecido por Piero della Francesca)

Poco dotado para la tragedia o la narración, nos presentan un mundo estático y feliz, gracias a la luz mucho menos mental que el de su coetáneo Botticelli, con una escasa evolución que pronto se verá superada por las voces mucho más potentes de Rafael o Miguel Ángel.