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miércoles, 1 de enero de 2020

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Una doble nochevieja

DALE AL PLAY Y DISFRUTA DE ESTA NOCHEVIEJA




¿Cómo un cuerpo como aquel podía albergar una mente tan pequeña?
-Ya sabes, cuerpo Danone y mente petit suisse - solía decir Ciprián, y era la definición perfecta de aquella chica de tetas exuberantes cuy
a frase más recordada (muchos años la tuvimos por bandera de ciertas actitudes) era:
-(B)vasta yo, y una po(ll)ya. 

Tenía el pelo muy largo y rizado, como una especie de gran sortilegio que le hacía parecer aún más desnuda cuando en realidad ya lo estaba, como recién sacada de una revista satinada pero sin necesidad de bisturí ni otros retoques ópticos. 

Solsona decía de ella que lo mejor era verla desde lejos, cuando aún no podía hablarte. 

Por ejemplo allí mismo, en la puerta del local que alquilamos para Nochevieja, cuando unas amigas la trajeron sin avisar siquiera.

-Era un plan magnífico - comentó días después Ciprián -. Con ella se aseguraban una fiesta entera sin moscones persiguiéndolas. 

Y lo consiguieron de veras, pues todos acudimos como moscas al panal nada más verla entrar, revoloteando en su aire de respirar con un zumbido de feromonas que se hacía insoportable cuando entre disco y disco callaba la música y el suelo del local se inclinaba levemente hacia la izquierda, allí donde su grupo de admiradores la perseguía con más presentes que los Reyes Magos. 

Aquella fue la Nochevieja de la gran borrachera de Rodrigo y la teta inquieta de Sabrina que dejó el primer pezón al descubierto en la televisión española. 
La Nochevieja de la canción de las muñecas de Famosa que cantábamos incesantemente en nuestros paseos al local para adecentar lo que era realmente un almacén que Rodrigo consiguió por cuatro duros y nosotros intentamos iluminar lo menos posible para que no se viera la cantidad de mierda que había en las esquinas, inmune a las escobas y las fregonas. 
Solo mucha música y alcohol a raudales, aunque gran parte de él se lo tomará Rodrigo hasta terminar por echar los higadillos en el parquecillo que había junto a su entrada. 
-¿Y si le metemos entero bajo la fuente? - propuso alguien un poco antes de que se quedara dormido como un tronco para no despertar hasta el día siguiente. 
- Pero si debemos estar bajo cero. Le va a salir carámbanos en el pelo. 
-Pues entonces un café con sal
El remedio infalible que los 80 contra cualquier intoxicación etílica como la que mantenía a Rodrigo en estado de ingravidez absoluta, como un astronauta sumergido en una sopa espesa de ginebra y coca-cola. 
-Bueno, yo me voy para dentro, no vaya a ser el elegido y me descarten por incomparecencia - dije como si ya me tocará el cambio de un peculiar sistema de turnos por medio del cual atendíamos a Rodrigo sin olvidar a Cristina y su anatomía de infarto que el breve y ajustado vestido contaba sin ocultar detalle alguno. 
-Sólo el ombligo. Pero suponemos que también tiene. 
-Hombre, puede que haya germinado por esporas. 
-Eso no. No la veo capaz de hacer ni siquiera la fotosíntesis. 
-Ni de cristalizar siquiera - decía Solsona en aquella charla de altos vuelos que tan sólo escondía pura química orgánica que hoy llamarían machismo recalcitrante fruto de tantos siglos de patriarcado. 
-Sólo os fijáis en el exterior y olvidáis su interior. 
-Al contrario, estamos muy interesados precisamente en él. 
-Qué cerdos sois. Nos referíamos a otra cosa. A su
-¿Intelecto acaso? ¡Venga ya con las tonterías! Si hasta habla con faltas de ortografía.
(B)vasta yo, y una po(ll)ya
Un verdadero mar de ternura. Eso era Cristina y su cuerpo de escándalo para propios y ajenos que sólo se desinflaba cuando abría la boca para algo más que sonreír, y mientras hablaba (¿?), se recolocaba por enésima vez el pelo y se retocaba el maquillaje, subiendo unos centímetros su falda y bajando otros tantos su escote. 
-¿Estoy bien? - preguntaba entonces aunque supiera la respuesta, pues entre sus defectos no estaba la falta de autoestima, y comenzaba a hablar de las cosas más inimaginables como una muñeca de Famosa dada cuerda, con un ritornello de cremas de manos y cuello, maquillajes, vestidos y coches de alta gama en donde siempre iba sentada en el asiento del conductor y con gafas de sol convenientemente tituladas con nombres italianos que
Mientras ella hablaba (¡!), ocurrían entonces terribles acontecimientos. Actos fallidos. Desdoblamientos traumáticos entre el yo y el ello en el varón sujeto a estudio que luchaba sin descanso entre el deseo y el sentido común pues

Jamás vi un cuerpo como el suyo, ni un sexo tan esplendoroso que convertía la lujuria en una de las bellas artes, superior incluso al asesinato, como si fuera un verdadero don que te llenaba de fuegos artificiales.
El único problema es que, tras él, sólo quedaba el vacío. Toda su inteligencia se había gastado en un placer como pocas veces sentí en mi vida. Y tras él solo quedaba el más puro hastío como el que a todos nos sucedió tras la duodécima repetición en cámara lenta de la teta inquieta de Sabrina que saltó del escote a la cámara en el acorde preciso. 
Todos fuimos testigos del hecho la misma mañana de año nuevo cuando se repitió hasta en los informativos. Todos menos Rodrigo que andaba purgado una resaca inmune al alcaserse y despertó ya casi de noche, sin haberse enterado que a eso de las cinco de la mañana, mientras yo estaba ocupado con Cristina en una esquina del parque, Ciprian y Solsona tomaron un taxi y le llevaron a casa de sus padres con todas las ventanillas abiertas para que devolviera cómo y por dónde quisiera y le fuera dando el aire helado que todavía no había amanecido. 
Se presentaron así en el portal, abrieron con sus propias llaves y, camino a su habitación, se toparon con su madre en el pasillo, y Solsona le dijo solemnemente:
-No le ha debido sentar muy bien la cena. Los langostinos con mayonesa pueden ser muy traicioneros. 
Y dicho esto le echaron en su cama y se marcharon deseándoles feliz año para regresar de nuevo a la fiesta y, en el parque que había antes del local, rescatarme de Cristina que tras aquellos polvos se había convertido en cenizas y había (francamente) escasas posibilidades de que pudiera ser un fénix disfrazado.

Para entonces Sabrina y sus tetas inquietas habían dejado salir el primer pezón en una televisión española para deleite de los abuelillos, que realmente fueron los únicos que lo vieron en directo, pues los demás estábamos en otros quehaceres y el parque, entre unas cosas y otras, más lleno que el propio local pese al frío sin contemplaciones que la mezcla de alcohol, feromonas y una insultante juventud hacían soportable en aquella Nochevieja extraña (todas las que alguna vez merecieron la pena lo fueron).

Después, sólo ragtime.





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