sábado, 27 de julio de 2024

Aquellas praderas azules. Cristina y sus tetas

Tenía unos ojos rabiosamente azules y el pelo negro, largo y muy rizado, un punto anterior a lo afro, que se movía al compás cuando bailaba lentamente, como una serpiente moviendo sus cascabeles.

Tenía una cintura estrecha y culo esplendoroso, y bajo su vestido de muselina parecía casi más desnuda que si lo estuviese, con las telas arracimadas en sus caderas y subiendo en aquella nochevieja de doble pezón.

Porque Cristina tenía unas grandes tetas, pesadas, lentas, dolorosamente densas que conocí en el parque junto al local. El frío había hecho crecer y endurecerse como un hielo ardiente a sus pezones oscuros, rugosos.

Era superlativa y fogosa, como un fuego que se agita sin cesar y escupe racimos de chispas y gemidos que se te clavaban dentro y amenazaban con romper todas las espuertas.

Contención. Raciocinio.

Su cuerpo de escándalo, sus lamentos y contorsiones lo ponían muy difícil pero había que aguantar, aguanté esa noche gracias al alcohol ingerido con ella sentada sobre mi y el banco temblando, enterrando mi cabeza en sus tetas antológicas que olían a canela, a extraños dátiles de carne prieta, a vainilla tostada por nuestros infiernos interiores que amenazaban con calcinar todo en nuestro entorno mientras del local salían agazapadas las canciones de los Ilegales.

Por favor, no, me decía. Un minuto más de esa gloria que estaba viviendo.

La mujer más despampanante del campus que seguro terminaría por cazar un buen partido en la facultad derecho, con papá bien rico, chalet y deportivo, pero que ahora (como si los dioses existieran) me había elegido a mi para comenzar el año por todo lo alto (y nunca mejor dicho). Cohetes en su garganta y sus dedos crispados en mi espalda, como si yo fuera un columpio y sus tetas un mar tempestuoso que se estrellaba contra mi cara.

Un apretar los puños, contar números primos, hacer raíces cuadradas que nunca supe realizar, límites, integrales que sólo vivían en la pura fantasía de los profesores de matemáticas, tangentes, cosenos y senos para...

¡¡¡No!!!

Un sentirse espeso por dentro para luego desaparecer por torbellino que hace el sumidero de su cuerpo y la noche. Un calambre de huesos y vísceras que parecen reventar hasta que al final lo hacen y tú te pierdes, ya no sabes ni con quién estás ni donde, y cuando vuelves...

¡¡¡!!!! cuando vuelves tienes la terrible misión de hablarla.




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