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miércoles, 6 de mayo de 2020

(¿DE OTROS LADOS?). Aquellas praderas azules. EL MOMENTO AMARILLO

DALE AL PLAY PARA CONOCER UNA HISTORIA QUE, BAJO LOS NOMBRES SUPERPUESTOS, CUENTA UNA HISTORIA TAN SUMAMENTE REAL .


Hay miradas que van más allá de la propia mirada, y tienen esa rara cualidad de traspasar las barreras con las que nos vamos rodeando para no ser dañados, yendo camino directo hasta los sentimientos. Eso fue lo que me ocurrió con Luis (Carlos en el original). Ante él no puse oponer ninguna distancia previa, pues con un solo gesto desbarataba cualquier plan de autodefensa.
Recuerdo como si fuera ayer, y ya han pasado dos años, el día en el que nos conocimos. Era un cinco de agosto; un agosto tórrido (creo que se dice así), tan típico de su ciudad. Yo pasaba las vacaciones con mi prima y su novio y habíamos quedado con algunos amigos suyos para cuando cayera la tarde.
Yo me había duchado por tercera vez en el día (es tan insoportable vivir en este sudor continuo) y me vestí sin lujos: unos pantalones vaqueros y una blusa fina sin hombros, pues en ningún momento se me podría haber ocurrido lo que iba a pasar horas después, y tanto mi vestido como mi ánimo eran los de pasar una tarde tranquila y un tanto monótona, como otras tantas.
Damián (el novio de mi prima Charo) no hacía otra cosa sino refunfuñar (¡qué bonita palabra!) mientras nos arreglábamos.
- Llegamos tarde, como siempre - decía una y otra vez en sus paseos nerviosos por el pasillo.
Y era verdad, pues eran las ocho y todavía no habíamos salido, aunque toda la culpa no fuera nuestra, pues Damián había ocupado el baño (el muy señorito) hasta cerca de las siete, y luego solo se le ocurrió meternos prisa.
Por si fuera poco, camino hacia el Metro, Charo se paró en seco, dio media vuelta y salió en dirección a casa. "No, si yendo con mujeres, ya se sabe...", dijo.
Aunque no me gustó en absoluto el comentario, opté por callarme. De nada valdría discutir, y aún menos con Damián, ante el que había comprobado ese dicho español de que tanto las simpatías como las antipatías son mutuas.
Cuando regresó Charo todo sofocada tuvo todavía que aguantar las patochadas de Damián a las que ella no hizo caso alguno, y se puso a hablar conmigo como si nada ocurriera. (Cómo me gustaba ese rasgo de carácter de mi prima, esa capacidad para ponerse por encima de las cosas que la rodeaban y seguir su camino. Por esas cosas (y otras tantas) le admiraba, pues sólo tenía cuatro años más que yo: ella 25, yo 21).

Como era evidente, llegamos tarde a la quedada en la estación del Metro.
- Ya sabéis, mujeres - dijo como palabras de saludo Damián al ver a sus amigos,  un tal Roberto (al que sólo vería aquella tarde) y otros dos más de los que ni siquiera llegué a retener los nombres.
No debían ser personas muy cercana a Charo, pues ella, tras saludarlos brevemente, se separó de ellos y se volvió hacia mi para ponerse a charlar conmigo como si estuviéramos solas.
- Apenas les veo - me dijo ante mi cara de extrañeza.
- Ya.
- Pero luego viene Luis (Carlos en el texto original). Ya verás cuando le conozcas, es alguien muy especial
Y yo volví a asentir, intrigada por el tono que habían tenido sus palabras.
La conversación se hizo lánguida (languideció aparece como corrección a mano en el texto) entonces y pasamos varias estaciones en silencio, observando la variopinta fauna del vagón en la que me sorprendió la casi absoluta falta de inmigrantes. No había negros como ocurría en París, apenas algunos sudamericanos. Había muy pocas mujeres solas y muchos grupos de gente de nuestra edad (y más pequeños aún) vestidos de punta en blanco, hablando a gritos, uno de ellos con un gran radiocassette puesto a todo volumen.
Fue la primera vez que en aquel verano escuché a Roxette.

- Mira, Ventas, Martina (Virginia en el original). Aquí está la plaza de toros.
Yo puse una mueca de asco que a mi prima la hizo sonreír.
- ¿Eres taurina, Charo?
- Ni lo soy ni lo dejo de ser.
- ¿?
- Es una tradición. Ya está
Como tantas de las que este país de mis abuelos y mi madre seguían viviendo sin plantearse nada más.
Iba a preguntar algo cuando el tren volvió a detenerse (y no en medio del túnel, como ya nos había pasado varias veces) y la cara de Charo cambió de repente.
- ¡Ese Damián! - dijo una nueva persona al entrar en el vagón - ¡Charo!, que bien que hayas podido venir.
Y entonces le vi por primera vez, casi como una aparición.
- Martina (Virginia en el original), mira, te quiero presentar a un gran amigo.
Y lo primero fueron sus ojos, ¡siempre sus ojos castaños! No parecían tener nada extraordinario pero... Eran tan brillantes, tan lúcidos (¿?). Tenían tanta...
-Luis (Carlos)... Martina (Virginia).  Martina (Virginia)... Luis (Carlos) - oí decir desde muy lejos, más allá del brillo de aquellos ojos que por primera vez me miraron, y de repente sentí un beso en la mejilla cuando su cara se aproximó a la mía.
Volví a la realidad y los besé, por tres veces. Él se quedó extrañado aunque yo no supe por qué.
- Martina (Virginia) es mi prima... Vive en Francia (Alemania en el original).
- ¡Ah, claro! - respondió él sin que yo tampoco entendiera.


Luis (Carlos en el texto)






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