Frente a un barroco cada vez más decorado a lo largo del siglo XVIII (véase a Rivera, los Figueroa o Churriguera), existió otra corriente arquitectónica mucho más clasicista.
Su origen hay que situarlo en Juvara, que reinterpreta la obra de Bernini o Rainaldi según las formas academicistas del mundo francés (aquí analizamos los Inválidos de Mansart).
Su formación con Carlo Fontana (mucho menos barroco que sus predecesores Bernini, Cortona o Borromini) le encamina a esta depuración formal que huye de la curva y los efectos dramáticos del primer barroco romano para regresar al mundo de Maderna e, incluso, Vignola o Miguel Ángel (curiosamente los autores que habían sido el ejemplo para conformar el gran barroco clasicista francés).
Se cerraba así un círculo, y se apostaba por la majestuosidad y la grandeza sin excentricidades que gran barroco francés expresado en los palacios del Louvre o Versalles (en realidad era todo un síntoma del cambio político europeo en donde Francia sustituirá a España en el dominio del continente).
Esto será especialmente visible en España, que al finalizar el siglo, tras la Guerra de Sucesión, cambiará de dinastía, entrando los borbones franceses en nuestro trono con Felipe V.
A partir de entonces nuestro barroco tuvo dos direcciones; el castizo que deriva de los modos del la segunda mitad del XVII (Rivera, Churriguera...) y otro más clásico y relacionado con el mundo de la corte que tendrá en este palacio su primer gran referente y que, con su propia evolución, terminará derivando a formas muy cercanas al neoclasicismo.
En su fábrica se formarán los principales autores de este estilo: Sachetti, Ventura Rodríguez, Sabatini (autor de otras obras emblemáticas, el Palacio de Caserta o la Puerta de Alcalá)...
El palacio ocupa el solar del antiguo alcázar asolado por un incendio, y se compone de una estructura cuadrada de esquinas reforzadas con una leve articulación, con patio interior que se abre en U (al modo de Versalles) en la plaza de la Armería.
Siguiendo el esquema ya utilizado por Juvara en el Palazzo Madama de Turín, el alzado se realiza a través de dos cuerpos, el inferior suavemente almohadillado y el superior de dos pisos unidos por pilastras gigantes (al modo miguelangelesco, igual que la alternancia de frontones curvos y rectos) y cerrado por una gran balaustrada que en su diseño se incluían (al modo de Palladio, señalando los ejes verticales) las esculturas de los reyes hispanos ahora repartidas por los jardines de Oriente y el Retiro.
Todo el esquema repite el modelo de Versalles, al que se añade la típica capilla hispana al lado norte, que ha de salvar un fuerte desnivel.
El patio de la armería permite un patio en U (también francés) que da una amplia perspectiva a la fachada principal, tratada con mayor bulto (columnas adosadas en vez de pilastras, igual que las esquinas, y cuerpo alto al modo de espadaña reconvertida al mundo civil) y una larga logia abierta en el lado que da paso al barranco sobre el Manzanares, dando una espléndidas vistas sobre la Casa de Campo y la sierra Madrileña.
Cour Carré del Louvre, creado por Luis XIV
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En el interior los motivos se enriquecen sin perder su carácter arquitectónico, utilizando columnas adosadas a los pilares en los grandes pasillos o entre arcos de medio punto en el gran patio central (con un doble módulo, casi manierista).
Una de las piezas más relevantes de su interior es la espléndida escalera de doble tramo que ya vimos aquí
De la misma manera que ocurre en Versalles, este exterior tan sumamente clasicista se troca por un mundo galante en las habitaciones privadas, ya cercano al rococó, como ocurre en el famoso Salón Gasparini (con las porcelanas realizadas en Las Reales Fábricas del Retiro) o los frescos de Tiépolo.
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