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miércoles, 16 de octubre de 2019

AQUELLAS PRADERAS AZULES. Eurythmics y el ángel que una vez conocí

DALE AL PLAY Y VERÁS UN ÁNGEL RUBIO
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Está canción apareció demasiado tarde y cuando la escuche por primera vez, casi un año después de dejarlo, supe que estaba compuesta exclusivamente para contar lo que sentía al verte bailar en el Penta esas noches de invierno. 

Parecías un ángel y si no se te veían las alas era por la simple razón que las tenías escondidas detrás de tu sonrisa. 
Eso pensé cuando la escuché, y maldije al tiempo por no haberme permitido pincharla solo para que tú pudieras bailarla con aquellos ojos maquillados de amarillo y violeta. 

Debo tener un ángel jugando con mi corazón.

El verso no podía ser más exacto. Un ángel que terminaría convertido en demonio, un monstruo con nombre de mujer. 
Un ángel que aún me sobrevuela y que, pese a todo el odio, sigo amando con desespero, e intento pasar poco por el Penta que tan lleno está de recuerdos. 
Cuando lo hago miro con miedo las esquinas como dice Pili, y solo pincho muy de vez en cuando, más que nada por ayudar a Manuel cuando lo necesita. 
Subo entonces las escaleras de la cabina y ni siquiera enciendo la luz del pequeño flexo y, escondido en la penumbra, elijo las canciones que menos duelen (aunque casi todas lo hacen) para no soliviantar los recuerdos posados en la oscuridad de los sillones. 
Ni siquiera miro a pista no vaya a encontrarte, aunque por lo que dice Manuel tú tampoco pasas por aquí; y cuando todo el mundo se va marchando y ya casi estamos solos (Manuel, yo y tus recuerdos) busco esta canción que siempre está en la estantería más cercana como si eso fuera una metáfora del corazón y te imagino bailándola como si te movieras entre mis brazos, respirando tu aroma de colonia de lavanda que yo ya siempre he imaginado que es aroma de los seres angélicos desde que la conocí en los pliegues de tu cuello.
Pongo entonces la bola de espejos a girar y enciendo las luces amarillas y las violetas para que tú te hagas realidad tal como eres en mi recuerdo, con ese mismo lunar traslúcido bajo el párpado y tu sonrisa de papel que siento todavía anclada en mis costillas, entre ellas y los pulmones cuando algunas noches (todavía) apenas puedo respirar maltratado por la memoria que te hace aparecer, igual que un ángel, en el centro de la pista, verde como la armónica de Steve Wonder que hace brotar alas en tu espalda y te elevas, ingrávida, a 
los mundos pasados, aquellos que ya nunca volverán 

¡Maldita seas, Sabrina!

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